febrero 21, 2016

Juicio a los dioses - El Juicio [19]

El cielo era el mar, no había árboles solo incontables corales que dominaban el lugar, un espacio amplio y extrañamente luminoso, con una quietud que fue perturbada por el derrumbe de uno de sus pilares. Los guerreros ya habían conseguido derribar los restantes seis pilares y frente al último esperaban que al menos la Tierra no sucumbiera bajo el océano, sin embargo, aunque se podía oir un gran estruendo, parecía que esto estaba lejos de terminar.

— No ha ocurrido gran cosa, el reino continúa prácticamente igual ¿Acaso el anciano nos ha engañado? —estaba muy confundido Kythnos.
— Él no diría engaño, más bien omisión, ese viejo pillo nos ocultó el resto de la historia. Debe haber algún otro pilar o estructura a derribar en alguna parte —le contestó resignado el asgariano quien enfundó su espada.

Ambos continuaron su búsqueda sin mayor resistencia pues solo había algunos soldados rasos fácilmente superables derribados por el Escorpión mientras Erik guardaba fuerzas para lo que sea que encontraran más adelante. Fue así que un pilar aun más grande se erguía en el horizonte, al acercarse vieron el gran Templo de Poseidón.

Polaris esperaba con paciencia en Asgard el resultado de la incursión de Erik y Kythnos, se sentía decepcionada por no poder acompañarles, pero en ese instante no quizo contradecir al joven asgariano luego de aquel halago, así que solo deseaba que ambos regresaran a salvo. Sin embargo un destello justo frente a la estatua de Odín le cegó por un momento, una enorme esfera de energía apareció de pronto y bajó hacia la amazona posándose unos delicados pies con infantiles zapatos en la fría baldosa.

—¿Quién eres, muchacha?—estaba sumamente impresionada Sekiam, aquella joven de cabellos purpuras emanaba un gran cosmos, cálido y apacible.
—Mi nombre es Dian, la diosa Athena —dijo ella con una voz suave.
—Athena...—hizo Polaris una leve reverencia queriendo ser cortés— ¿Cómo es posible que se encuentre aquí?
—Un hombre muy poderoso acabó con mi vida, pero Hades me ha traído de vuelta antes de ser encerrado por la vasija...—hablaba la pequeña cual adulta con cierta expresión de enfado.
—¿Hades fue encerrado? Entonces... el Inframundo...
—Debemos detener a Poseidón y liberar a Hades —dijo decidida la pequeña.

Sekiam asintió sin salir de su sorpresa, la jovencita sin duda era una diosa, al parecer la experiencia de la muerte había despertado a la diosa Athena dentro de ella manifestándose en su juvenil cuerpo. De inmediato tomaron rumbo hacia el abismo que conducía hacia el Reino Marino con Athena como guía, ambas aparecieron momentos más tarde en el reino de Poseidón.

La joven Athena se movía con rapidez por el escarpado terreno como si supiera de antemano el camino o alguna fuerza le indicase la dirección a seguir. Unos soldados marinos se presentaron frente a las intrusas repentinamente, un grupo pequeño les cortó el paso haciendo que Dian se detuviera de golpe muy asutada. Sekiam se extrañó por este comportamiento, toda la decisión y seguridad de la joven había desaparecido frente a unos simples soldados, esto hizo pensar a la amazona que aunque fuese una poderosa diosa seguía siendo una pequeña niña.

— No te preocupes Dian, me encargaré —dijo con entusiasmo la amazona arremangando un poco el largo de su vestido y entregando su lanza a la pequeña, con rápidos movimientos golpeó fuertemente a los soldados con mucho gusto como en los viejos tiempos.

Esto hizo que Dian sintiera confianza en Polaris y que tenía su apoyo, a sus cortos 10 años nada sabía de enfrentamientos, pero por alguna razón se sentía segura de si misma cuando se trataba de plantar cara a Poseidón. Ella le devolvió la lanza y continuaron su camino.

Pronto llegaron al Templo del dios, entraron al lugar subiendo una larga y amplia escalinata mientras se oía el estruendo de una batalla. Kythnos y Erik batallaban contra el Hipocampo y Kraken, en el fondo de esta escena el trono se encontraba vacío. En ese instante el cuerpo del joven Devon se desplomó ante los ojos asombrados de la pequeña Dian dejando al Kraken en desventaja numérica.

— Ríndete, Kraken, un solo hombre no puede continuar esta guerra —dijo muy seguro Kythnos.
— Estúpido Dorado, ustedes son quienes no pueden continuar con esto —replicó el pelirrojo y solo entonces se dio cuenta que Athena había llegado.
— Es momento de emparejar la batalla, por favor caballeros, la vasija de Hades se encuentra más adelante, les pido que lo liberen, yo me encargaré de este sujeto —interrumpió la diosa sorprendiendo al Dorado y al asgariano.
— Señorita Dian, está con vida...—no salía de su asombro Kythnos.
— De prisa muchachos, no hay tiempo que perder —insistió Sekiam.

Ambos estuvieron de acuerdo y continuaron por la habitación hacia el exterior donde un camino llevaba al gran pilar que habían visto desde la distancia. Si Dian tenía razón la vasija debía estar dentro del Sustento Principal, pero no esperaban ver frente a frente en la puerta del pilar a Poseidón.

—¿Qué hacen aquí? —se enfadó el dios—. Largo de una vez, ¡no quiero más interrupciones!

Desató su furia el dios de los mares atacando con su tridente a los dos guerreros que cayeron al suelo arrastrados varios metros. Era imposible enfrentarse a aquel dios y ellos lo sabían, pero tenían encomendada una misión, liberar a Hades.

— Athena, no esperaba tu visita, ese Hades, me sorprende su rapidez mental... Pero no cambiará nada —estaba muy tranquilo Kraken y sacó la daga dorada para arremeter una vez más contra la pequeña Dian.
— No lo harás de nuevo...—materializó ella el báculo de Athena y detuvo la embestida del pelirrojo en un choque de armas.
— Aunque tu poder haya despertado no significa que puedas manejarlo, chiquilla, para eso debes entrenarte —aplicó mayor presión a la daga detenida por el báculo y ciertamente Dian cedió un poco ante la fuerza desplegada por el Marino.
— Dionisio, no lo entiendo, tú jamás habías interferido en la Guerra Santa, nunca te importó el destino de los humanos...
— Es cierto, pero las cosas cambian, en verdad los humanos me agradan bastante con todos sus vicios y frivolidades, cada generación supera a la anterior, en verdad son seres fascinantes... Y luego llegan ustedes a estropearlo todo con su ridícula guerra por poseer esta Tierra, Hades y su loca idea de imponer justicia sobre las almas y purificar el mundo y tú... tú queriéndolos dejar hacer lo que les plazca por esa pequeña parte en ellos que es inocente... Me han fastidiado ya lo suficiente, es tiempo que haya un verdadero ganador y dejar esa farsa que haces encerrándoles temporalmente, he elegido al ganador y ese es Poseidón.

Encendiendo su rojo cosmos el dios concentró aun más fuerza y logró enviar por los aires a la pequeña que cayó estrepitosamente al suelo. Polaris acudió en su ayuda, aun así el poder de aquel dios era muy fuerte.

En tanto Erik y Kythnos no tenía posibilidad contra el poderoso dios del mar que se acercaba a ellos a paso lento y evidentemente molesto, ellos debían ser quienes destruyeron los siete pilares con la espada que cargaba el de claros cabellos. Entonces supo el joven Caballero de Oro que solo había una forma de lograr el pedido de su diosa y se lo hizo saber a Erik.

— Aun si intentaras golpear ese enorme pilar con la espada de Balmung podría no resultar... debes enviarme con todo tu cosmos contra el Sustento Principal y me encargaré de recuperar la vasija que contiene a Hades. Esta armadura dorada resistirá el golpe —dijo con seguridad sin una duda en sus palabras.

El asgariano se sorprendió más que por el alocado plan por la seguridad del escorpión en arriesgar su vida para completar la tarea y por esta razón estuvo de acuerdo. Preparó la espada girándola de manera que el filo quedase hacia atrás y empuño su mano.

— No les permitiré tal cosa —dijo Poseidón— ¡Acabaré con ustedes antes que lleguen a tocar el Sustento Principal!

Dian se levantó decidida, sabía perfectamente cuan fuerte era Dionisio pero tambien sabía que tenía límites. Su dorado cosmos resplandeció por todo el lugar intensamente desplegando un increible poder y se avalanzó sobre Dionisio quien la detuvo con la daga esta vez con dificultad resistía el gran ataque de Athena.

— Eres sin duda una diosa poderosa, Athena, pero sigues siendo solo una niña, no puedes controlarlo...—aumentó él su poder tanto que poco a poco su escama marina comenzó a agrietarse.
— Es cierto, mi límite es no saber usar toda mi fuerza correctamente, pero tu límite es el cuerpo que has poseído, aun siendo un dios más poderoso que yo nunca podrás desplegar ese poder, te destruirías a ti mismo...
— Niña débil, ¡no juegues a ser un dios!—se enfadó sobremanera Dionisio y aumentó su cosmos resquebrajando aun más su armadura logrando superar a la diosa acercando peligrosamente la daga a su pecho.

El Caballero de Escorpión corrió rápidamente y dando un gran salto se elevó por encima de Poseidón quien envió un poderoso rayo hacia él para detenerlo, sin embargo el Dorado recibió en ese instante el impulso del ataque del dragón de dos cabezas, Erik, que lo catapultó como un rayo dorado hacia el Gran Sustento Principal. Tras un breve silencio en la estructura se dibujó una grieta que la dividió a la mitad en su parte baja y poco a poco se deslisó derrumabando el gran pilar por completo.

— ¡Malditos entrometidos! No me vencerán, reconstruiré los pilares y el Sustento Principal, ¡nada se interpondrá en mi camino!—dijo colérico el joven dios.
— Ya estás vencido, tú y Dionisio, dejarás de una vez de interponerte en nuestra guerra...—apareció Kythnos sin su armadura dorada de entre los escombros.

Su cabello era totalmente negro y su rostro estaba ensombrecido, llevaba la vasija de Athena en su mano emanando un gran poder purpúreo. De inmediato una luz apareció y esta se trasformó en una perfecta esfera que se posó frente al Dorado, la esfera contenía dentro de sí a su recipiente, en ese momento, apenas Eleazar tocó el suelo, Kythnos se desplomó siendo auxiliado por el asgariano.

A pesar de invocar todo su poder Dian no podía derrotar a Dionisio, sin duda le faltaba experiencia para afrontar mejor un mano a mano como este lo cual daba ventaja al dios del vino que se encontraba en su límite. Pero este no esperaba que alguien más apoyara a la diosa en ese mismo instante, Sekiam empuñando su lanza se puso junto a Dian y encendió su frío cosmos, enganchando su arma a la daga dorada restituyó la balanza a favor de la diosa.

— Acéptalo de una vez, esta guerra seguirá ocurriendo una y otra vez. Athena jamás dejará de proteger esta Tierra y mientras los seres humanos no se hagan cargo correctamente de sí mismos Hades siempre querrá ponerlos en su lugar. Esto no se terminará con la intervensión de más dioses, esto solo depende de los propios humanos...—avanzó Sekiam hacia Dionisio y este cayó de rodillas mientras la daga salía volando y la lanza de Polaris se enterraba en el pecho del joven pelirrojo.
— ¡No, Sekiam!—dio un grito desesperado Athena y soltó su báculo.

Por su parte Poseidón estaba frente a frente con el mismisimo Hades que había recuperado su cuerpo. Eleazar caminó hacia el dios vestido con su armadura y con el rostro evidentemente enfadado desenfundó su espada.

— De nuevo intervienes Poseidón, no puedes comprender que la Tierra nunca será tuya, Athena y yo no te dejaremos, ¡es una lucha entre ella y yo!—dijo y se lanzó con gran ímpetu empuñando su espada y aunque Alan interpuso su tridente la fuerza del ataque lo arrastró por el suelo varios metros.
— Hades, estoy seguro que no eres capaz, como sea nos veremos una y otra vez, ¡nunca desistiré!—se preparó para el enfrentamiento pero Eleazar ya estaba sobre él con un golpe a la cara fuertísimo.
— No lo entiendes, yo no soy Athena y da la casualidad que no esta aquí para defenderte de nuevo...—dijo y luego atravezó el cuerpo de Alan con la espada sin contemplación.

El rojo cosmos de Dionisio se apagó por completo abandonando el cuerpo del joven desconocido, el dios ya no tenía un cuerpo que habitar y estaba condenado a volver al Olimpo. Dian no dejaba de llorar mientras Sekiam quitaba la lanza del pecho del muchacho agonizante sosteniéndolo con gentileza.

— No sé como Dionisio te ha convencido, pero debes guardar un gran rencor en tu corazón —le dijo la amazona.
— Solo quería ser un caballero de Athena como los demás... ese maldito, ese patriarca no me eligió —desbordaba la sangre por su boca.
— Sentir odio es humano, querer vengarte y hacer pagar a quienes te han dañado, pero no puedes cargar con eso toda tu vida, en algún momento debes simplemente continuar...
— Es tiempo de continuar...—se aferró a ella y dio su último respiro.

Polaris dejó allí el cuerpo del joven y fue a consolar a Dian quien estaba muy apesadumbrada por lo sucedido. Ambas siguieron hacia el exterior donde vieron el momento justo en que Hades atravezaba el joven cuerpo de Alan.

—¡No, no, no!¡Qué hacen!¡Por qué! —gritó Dian corriendo hacia Alan llorando desconsolada.
— Lo que se debe hacer, Athena. De esta forma Poseidón volverá al Olimpo y no podrá seguir interfiriendo en nuestra guerra —dijo con frialdad el dios del inframundo.
— Son tan crueles, tú y Sekiam, matan sin la más mínima duda...—brotaban sus lágrimas sin parar mientras abrazaba el ensangrentado cuerpo del recipiente de Poseidón.
— Es lo que hacen los guerreros... —argumentó Hades y Sekiam le tocó el brazo para intervenir.
— Tranquila Dian, todas las cosas suceden por una razón, la muerte nunca ha sido ni será el final... Su alma ha sido liberada del dominio de Poseidón, al igual que aquel muchacho del odio de Dionisio hacia ustedes.
— Pero... pero yo, yo podía encerrarlos, yo...
— Es cierto, pero las cosas no resultan siempre como queremos —le dijo la amazona y le abrazó comprendiendo la tristeza de la pequeña.

El derrumbe del Reino Marino era inminente, las aguas comenzaron a dominar el sitio con enormes olas que venían en todas direcciones. Erik tomó a Kythnos quien poco a poco recuperaba la conciencia, Sekiam cargó a la pequeña Dian y Hades los envolvió a todos con su gran cosmos y los sacó de allí rápidamente llevándolos a su castillo.

En el lugar los esperaban Kainex, Jeshab y Rebecca quien no pudo contener su felicidad al ver a Eleazar y lo abrazó con fuerza mientras el dios la apartó con sutileza algo apenado. Era el final de esta contienda y solo había una cosa más por hacer, Athena y Hades lo sabían por lo que no detuvieron su paso hasta llegar a unas enormes puertas que llevaban hacia las escaleras del Inframundo.

El gran cosmos de Hades restauró en un momento toda la estructura dañada por el abandono y la batalla, el amplio territorio que rodeaba el castillo reverdeció llenándose de vida. El edificio completo fue restaurado hermosamente aun la habitación donde todos se encontraban presentes. Hades dió la mano a Kainex y a Jeshab, mirando con detenimiento a este último como diciéndole algo, frente a Rebecca realizó una leve reverencia que asombró a la muchacha quien no comprendía de que se trataba todo esto.

— Ya es hora, Hades. Nos veremos otra vez...—dijo Dian tomándole la mano.
— La próxima vez te venceré, no tengas dudas de eso —le besó la pequeña mano mientras las puertas se abrían de par en par hacia adentro.

Las armaduras de Wyvern, Grifo y Sapuri Camaleón abandonaron a sus respectivos portadores y volviéndose a su forma de objeto bajaron hacia el Inframundo, por su parte la armadura de Hades hizo lo mismo separándose pieza por pieza del cuerpo de Eleazar  pero llevando dentro de si al dios de los muertos. El joven Eleazar era libre del alma del dios y las puertas se cerraron, Athena colocó su mano en la unión y puso allí su sello, este no se rompería hasta dentro de 250 años.

Dian caminó unos pasos dentro de la habitación, un hermoso haz de luz la iluminaba desde el techo vidriado y poco a poco empezó a desvanecerse. sorprendido Kythnos se acercó a ella arrodillándose a sus pies.

— Athena, no puedes dejarnos... el Santuario esta destruido, recostrúyelo como ha hecho Hades con este castillo... No puedes irte así... debes prepararnos para la siguiente guerra... yo...
— Mi tiempo se ha terminado, joven caballero. El orden se ha restituido, apenas he podido sellar a Hades. Lo siento, te encomiendo hacer del Santuario el reino con los más poderosos guerreros...—dicho esto su cuerpo se desvaneció por completo.

___

Y así fue como derrotando a Dionisio cada uno de los sobrevivientes comenzó una nueva vida. Kainex partió por el mundo hasta encontrar su lugar en él, sin prisa disfrutaría de su tiempo al máximo libre de toda obligación; mientras Jeshab continuó con la misión que Hades le había dado desde el momento en que volvió a la vida, buscar incansablemente a los mejores guerreros a favor del dios de los muertos, tendría mucho tiempo por delante para esto. Tanto Rebecca como Eleazar aceptaron el regalo de Hades y vivieron en el gran castillo restaurado, con aquel amplio terreno fértil podrían vivir cómodamente y así comenzar con una nueva sucesión de recipientes aptos para contener al dios del Inframundo.

Tanto Erik como Sekiam volvieron a Asgard y allí gobernó Polaris en pos de una nueva generación de dioses guerreros empezando por el joven Phil, el reino recuperó poco a poco su estado normal haciendo felices a todos sus ciudadanos. Allí estuvo un tiempo Kythnos recuperándose con los famosos cuidados de las valkirias y hasta fue tentado a quedarse, sin embargo su lugar era el Santuario y en poco tiempo partió hacia allá.

Ver las ruinas del Santuario apretó el corazón del joven caballero y cargando su armadura dorada en la espalda caminó por el desolado terreno. En su camino encontró a Nyv, un maestro que conoció hacia años, y unos pocos muchachos que actualmente estaban en entrenamiento para caballeros de Bronce. Entonces se sintió reconfortado por ellos quienes le sonrieron y animaron, algunos metros a la distancia se encontraba el gran reloj derrumbado pero intacto en el circulo central, Kythnos sonrió y se sintió seguro de lograr la petición de Athena pues el reloj aun tenía encendida una llama, una resplandeciente llama dorada en Piscis.


FIN

Por Sekiam Hero

febrero 14, 2016

Juicio a los dioses - Contenedor de dioses [18]

El final era inminente para los tres jóvenes Caballeros de Hades, sin duda sus cuerpos no resistían más, tendidos en el suelo vieron como el lugar quedaba vacío mientras el último soldado Marino se lanzaba por las escaleras del Inframundo. Sylar era quien en peor condiciones estaba y sin embargo no dejaría que terminara de esta manera, reunió el resto de cosmos que le quedaba y lo envió a Kogu, el Aries sapuri lo recibió volviendo sus fuerzas poco a poco sin comprender lo que su compañero deseaba. A algunos metros de distancia Seth veía la muerte de Sylar con esta última acción y lo comprendió.

— Debes hacerlo Kogu, acaba con ese Marino...—su cosmos purpúreo reunido comenzó a llenar el cuerpo del agotado Aries sapuri quien solo entonces supo que hacer.

Baku de Krysaor se encontraba muy cómodo cortando en pedazos a los espectros terrestres que quedaban en los alrededores del Río Aquerón y se prestaba a abandonar el lugar cuando repentinamente vio a Kogu en posición de ataque con sus brazos apuntando al enemigo.

— Tú ya estás muerto... ¿Crees tener la fuerza para enfrentarme? No me hagas reir...—se burló el Marino sabiendo cuán herido estaba el Sapuri.

Sin responder en absoluto a estas palabras toda la concentración de Kogu estaba en esa técnica y la gran explosión golpeó con fuerza a Baku inesperadamente para él, sin embargo tenía razón en que el caballero de Hades no tenía la suficiente fuerza, pero Kogu también lo sabía. Aquello no había sido más que una distracción, con facilidad el Aries sapuri atrapó a Krisaor de frente en un abrazo fuerte y de un salto se elevaron unos metros para caer luego hacia el fondo del río.

Llendo cada vez más profundo ambos estaban en su límite, pero era obvio también quien resistiría más, poco a poco Kogu soltó el abrazo y el Marino comenzó a subir hacia la superficie. Esto aliviaba a Baku quien pensaba que estaba libre, no contaba con que allí había unos muertos muy decididos a obstaculizar su camino. Le sujetaron de las piernas luego del torso, sus brazos y el grupo se hizo cada vez más numeroso, se aferraban al Marino quien hacía todo lo posible por liberarse mas estaba agotado y falto de aire sucumbió ante simples muertos.

Pero aun quedaban Generales Marinos en el Inframundo, como Rage y Devon que tuvieron algo más de dificultad con los espectros celestiales, técnicas más elaboradas requerían mayor precisión y un desgaste evidente, sin embargo la diferencia de cosmos era notoria y los espectros disminuían rápidamente. Por su parte en el tejado del tribunal Miller de Siren y Morgan de Garuda se enfrentaban en una particular batalla, apenas cruzaron el tejado desde el interior del edificio el juez dejó caer el cuerpo de Miller quien no tuvo problemas para ponerse de pie, de inmediato este comenzó a tocar su siniestra melodía.

— ¿Qué técnica es esa?—no comprendía Morgan.
— Lo verás ahora mismo —la música se intensificó—. Esta melodía será la última que escuches...

Ilusiones de hermosas sirenas aladas aparecieron frente al juez que sentía un terrible dolor en su cabeza, aunque tapó sus oidos la música continuaba dentro de su cerebro y sentía como su gran fuerza era mermada rápidamente, aquel era un caballero letal. Pero el General peleaba contra el gran cosmos de Garuda y este no permitiría que Miller siguiera intacto justo frente a él observándole retorcerse de dolor.

El juez no tenía dificultad en lanzar todo su poder de una sola vez, extendiendo sus brazos hacia Miller puso sus manos como garras y se lanzó veloz contra el General atrapándole por los hombros y elevándolo sumamente alto. Aunque la música no se detenía mientras subían y Miller observaba con gran impresión a Garuda el estallido de su cosmos era más poderoso que cualquier ilusión. Pronto se dirigieron en picada hacía el Valle del huracán oscuro donde impactó de lleno en el suelo al Marino de Poseidón.

La flauta de Miller cayó varios metros lejos de él mientras tenía sobre sí al juez que luego se apartó tomándo distancia, su cabeza aun le dolía sobremanera e incluso acordes de la melodía aun atormentaban su mente. El Marino por su parte no podía ocultar la gran impresión en su rostro, su armadura estaba resquebrajada como jamás habría imaginado y sangraba profusamente, apenas podía moverse para intentar levantarse.

— No lo entiendo... ¡Maldita melodía!¡No dejo de oírla!—se sostenía la cabeza Garuda sufriendo aun los efectos de la técnica.
— Y la seguirás oyendo hasta que toque la última nota... deja que alivie tu dolor...

Saliendo del enorme agujero hecho por el impacto de la caida Miller claramente dañado fue en busca de su flauta tomándola del suelo. A pesar del gran dolor Morgan no estaba dispuesto a ser vencido por aquel joven y trató de arrebatársela para que no tocase esa nota antes que el general cayese.

— ¿Crees que soy idiota?—forsejeó con el Marino—. No eres más que un niño con su juguete...

Diciendo esto le golpeó con fuerza la cara a Miller tirándolo al suelo bruscamente y así le quitó la flauta que lanzó hacia el profundo abismo no muy lejos de allí. Perturbado aun por la música y evidentemente sufriendo no podía dejar ir al Marino aun cuando este fuese un inútil sin su instrumento. Pero sus fuerzas seguían disminuyendo sin remedio, entonces vio como Siren trataba de escapar al incorporarse y dar algunos pasos alejándose. Si aquel dolor le persiguiría hasta la muerte solo una cosa podía hacer.

— ¿A dónde crees que vas?—le tomó del brazo para impactarle un fuerte golpe al estómago.
— Tu escogiste tu final, juez del Inframundo...—susurró sangrando por su boca abundantemente Miller.
— Tu técnica es admirable, pero en lo que a mi respecta no eres un guerrero de verdad...

Le tomó esta vez del cuello sin que Miller opusiera resistencia y ambos se elevaron con el último estallido de cosmos del juez, esta vez no se alzaron demasiado sino lo suficiente como para caer por el mismo abismo que fue arrojada la flauta dorada. Así caía uno más de los poderosos Generales Marinos y el Inframundo sufría la pérdida irremediable de uno de los jueces.

Al mismo tiempo que se había dado esta contienda, en la habitación contigua del gran tribunal, Wyvern y Kraken se enfrentaban con múltiples golpes a gran velocidad, al parecer Jeshab tenía todo el control de la situación ante un preocupado adversario. Esto no era lo que el Marino había planeado  y debía retomar el rumbo pronto, pero lo veía muy dificil al enfrentar a tan aguerrido contrincante.

— Vamos, ya basta de juegos. Sé muy bien que me ocultas tu poder —dijo con seriedad Jeshab, no le había creído para nada al Marino.
— No entienden que son solo un montón de inútiles todos ustedes. Se prestan para el juego de los dioses a cambio de nada.
—¿Qué dices? Si eso es lo que crees ¿qué estás haciendo aquí?
— Acabando con toda su miseria de raíz...

Alzó sus brazos el Kraken como había hecho en la casa de Acuario y uniendo sus manos la intensidad de la blanca concentración de cosmos impresionó al juez. El General lanzó una fuerte tormenta de nieve contra el Wyvern congelando rápidamente todo su cuerpo y los alrededores en la habitación quedando estampado el juez en el muro cubierto de hielo.

El Kraken  sintió entonces el enorme choque de cosmos entre los dos dioses que se enfrentaban en la segunda prisión, por lo que no podía seguir allí y se apresuró a continuar su camino volviendo por el agujero hecho anteriormente por el Wyvern. Salius y el juez de Grifo batallaban en ese momento muy parejos en cuanto a fuerzas, tal como él lo había anticipado, el resultado sería distinto sin la intervención de ese juez.

Pasó el Marino por la amplia habitación principal sin más hacia la salida de esta, claro que Kainex de Grifo lo vio mientras luchaba un mano a mano con Lymnades, el juez estaba impresionado al entender que Jeshab había muerto en manos del pelirrojo y aquello le costó un fuerte golpe en la cara que lo arrastró por el suelo hasta el atrio en medio del gran salón.

— Vamos, vamos... no descanses demasiado que aun queda resto por pelear —estaba sumamente feliz el General de cabellera blanca y ojos de distintos colores.
— Lo tuyo es jugar sin dudas, pero no eres tan fuerte como para darte ese lujo...—se levantó el Grifo de entre los escombros.
— ¿Y ahora me dirás que eres más fuerte que yo?—se burló el Marino.
— En verdad tenemos un despliegue de cosmos muy similar, entiendo por qué el pecesito quería que pelearas contra Jeshab el Wyvern, lo habrías desgastado a pesar de su gran potencia...
— Vaya, has pensado todo eso en este tiempo, eres un listillo sin duda, Grifo.
— ¿Acaso pensabas que estabas en control de este combate?

Salius el albino observó a Kainex extrañado, precisamente pensaba eso pues estaba dominando al juez, vio entonces el puño cerrado del Grifo y cuando este lo levantó la poca luminosidad del salón dejó ver un hilo fino largo que llegaba hasta él, un leve movimiento del General le permitió ver cuan rodeado de hilos se encontraba. Era el Grifo quien todo este tiempo, sabiendo que el poder de Salius era similar al de él, lo rodeó con la mayor cantidad de hilos que pudo sin que Lymnades se diera cuenta.

— ¡Infeliz! Me... Me engañaste...—dijo aterrorizado.
— No importa cuanto intentes liberarte...—sonrió Kainex y tensó sus hilos para aprisionar con fuerza al Marino.
— ¡No puede ser! Grifo dejame ir... ¡me rindo, me rindo!—suplicaba.
— Qué tonterias dices...—se rió a carcajadas Kainex—. Esto es una batalla, no un juego de niños... la piedad es para los débiles —le dijo con mirada seria esta vez apretando aun más el cuerpo de Salius agrietando su escama.

Los hilos estrangularon el cuerpo de Salius Lymnades destrozando su armadura y desgarrando su cuerpo, un movimiento del juez hizo que las ataduras de su rival lo elevaran hacia el alto techo del tribunal y allí lo dejó colgado desangrándose ante la mirada perdida y agonizante del Marino.

Kainex debía alcanzar rápidamente al Kraken, mientras tanto la lucha continuaba fuera del tribunal entre los Marinos y las fuerzas espectrales de grado medio los celestiales. Tras la ardua batalla solo Devon el Hipocampo sobrevivió pero con graves heridas, aquellos espectros tenían técnicas sofisticadas y el hecho de atacar en grupo les dio cierta ventaja a pesar de ser los Generales sumamente fuertes.

Por otro lado Alan el nuevo Poseidón y Eleazar Hades se enfrentaban a muerte en la segunda prisión, con clara superioridad del dios de los muertos quien tenía en el piso al agotado dios de cabellos claros.

— Acéptalo, Poseidón, este no es tu lugar... Solo Athena y yo podemos pelear por el dominio de la superficie. A mi no me puedes ganar con artimañas —mantenía su rostro serio y decidido.
— Te equivocas, Hades. Siempre hay una trampa según la presa...—sonrió el dios de los mares levantándose con dificultad apoyado en su tridente.
— Haré que pagues por lo que has hecho, intervenir en la Guerra Santa. Yo habría vencido a Athena justamente, cuando ella fuese mayor mi ejército habría sido más fuerte bajo los nuevos parámetros que tenía planeados, nadie habría dudado de mi victoria y por fin dominaría el Inframundo y la superficie.
— ¿Acaso luego de tantas batallas contra Athena aprendiste algo? —se burló Poseidón.
— Precisamente...—sonrió Hades encendiendo su espada y lanzándose nuevamente contra el dios de los mares.

Ambos chocaron sus armas entrelazando el tridente con la espada y se mantuvieron así, cosmos contra cosmos desplegando su poder que remecía la tierra. Hades por su parte se veía muy seguro de si mismo pensando en dar el golpe final mientras Poseidón lo contenía con esfuerzo en el mano a mano.

Pronto llegó el General Marino de Kraken quien se había librado fácilmente del Wyvern, este vio la situación en la que estaba Poseidón la cual era una posibilidad, pero no estaba necesariamente dentro de los planes. Al parecer Hades había optado esta vez por un cuerpo de guerrero que además fuese compatible con él a un nivel inesperado. Aunque el Marino había preparado muy bien a Alan tenía dudas si podría con la tarea y junto con la acertada opción de Hades era evidente que era el momento para intervenir.

Un brillo intenso apareció en las manos del Kraken al unirlas como si sostuviera algo, rápidamente se materializó una vasija muy conocida por el dios de los mares pues esta lo había contenido por un largo tiempo. La abrió con una gran sonrisa en su rostro, un poder enorme volvió a emanar de él, su cosmos rojo sangre ardió con fuerza y nisiquiera tuvo que acercarse mucho para que el dios del Inframundo empezara rápidamente a ser absorvido por la vasija.

— ¿Qué? ¡Poseidón! ¡No te saldrás con la tuya, infeliz!—trató de mantener su postura en el choque de armas pero su fuerza era ampliamente superada por Alan quien ahora se mostraba muy seguro de si mismo.
— Te lo dije, siempre hay un truco para atrapar a cada presa —dijo él y entonces hizo estallar su gran cosmos y golpeó a Eleazar expulsándolo a varios metros de distancia.

El alma de Hades fue completamente absorbida en la vasija que se tapó al instante y esto llevó a que poco a poco el Inframundo comenzara a derrumbarse, sin el dios su obra perdía los cimientos y el poder que lo mantenía en funcionamiento.

 —¡Detengan esta locura!—se avalanzó Kainex de Grifo quien había dado alcance al Kraken pero muy tarde, aun así arremetió con un golpe a la cara del Marino tan inesperadamente que este dejó caer la vasija.

— Imbécil, nada pueden hacer ahora —se burló Kraken recuperándose del golpe mientras Alan, Poseidón, recogió el contenedor y puso su sello en este.
— Hemos terminado aquí—dijo satisfecho el dios de los mares, entonces se rodeo de un aura celeste verdosa como una esfera y lo mismo hizo con el Kraken.
— ¡Qué se supone que pasará con las almas! No tienen idea de lo que han hecho...—apretó los dientes el Grifo sin poder creer lo que estaba sucediendo.
—Tonterías, eres un ingenuo, hablas con dioses. Desde ahora yo juzgaré a cada alma y las convertiré en mis súbditos bajo el mar —dijo y luego rió de buena gana elevándose por sobre el Grifo mientras el suelo se agrietaba bajo sus pies.

De esta manera Poseidón y los suyos salieron rápidamente del Inframundo con dirección al Reino Marino, incluido Devon quien al entrar en la primera prisión se había encontrado con el Wyvern. El juez Jeshab logró escapar de la gruesa capa de hielo donde lo había aprisionado Kraken y al ver a Devon le interrogó sobre el Marino, mas el Hipocampo fue envuelto por la esfera de Poseidón y escapó del lugar.

 A unos metros de distancia de Kainex el cuerpo de Eleazar, aun vestido con la armadura de Hades, estaba en peligro de caer en una zanja que se abría donde él yacía en el suelo. Percatándose de esto el juez de Grifo acudió en su ayuda sosteniéndolo pero no pudo escapar de la grieta, mas un látigo purpúreo se enlazó en su brazo y los sacó de allí.

La amazona Sapuri Camaleón se hacía presente en la escena, Rebecca la chica que Eleazar encontró en el bosque de las almas suicidas había vuelto a la vida como un sapuri y llegaba justo a tiempo para darles una mano. Kainex cargó a Eleazar y se reunieron luego con Jeshab huyendo del sitio entre abismos sin fondo del accidentado terreno.

Por su parte la joven Pandora decidió quedarse a los pies del trono de su señor, momentos antes Rebecca le imploraba que ambas salieran del Inframundo pues este se destruía sin remedio, pero ella se negó rotundamente abrazando el reposabrazos del trono como si se aferrara a alguien con todas sus fuerzas.

— Este es mi lugar, Rebecca. Es todo lo que conozco, es lo que soy, el Inframundo es mi hogar, si cae caeré con él... —su actitud era determinada, pero evidenciaba una gran pena—. No me entristece perder mi vida, me entristece perder lo único que tiene verdadero valor para mí...

febrero 07, 2016

Juicio a los dioses - Uniendo Fuerzas [17]

La amazona de Polaris se encontraba ya muy agotada por el viaje, gastó gran energía en volver lo más rápido posible a Asgard y por ello dejó caer pesadamente el cuerpo de Kythnos, el Dorado de Escorpión que vestía su impecable armadura. El paisaje era algo distinto al que vio en su partida, todo era un llano nevado de un blanco puro, grandes icebergs como montañas se divisaban en el horizonte, por ello estaba un poco desorientada, pero sabía que estaba cerca, a lo lejos un muro de hielo se erguía sin embargo parecía posible entrar por un costado.

— ¿Quién... está ahí?—habló suave y susurrante el caballero tendido en el suelo frío.
— ¿No te acuerdas?—se acercó ella para que le viera desde más cerca.
— Creo que... sí, peleamos... fue hace mucho. Vaya... Sekiam...—le regaló una sonrisa leve.
— Venga, Kytt, nos queda un poco para llegar, tengo unas amigas que te ayudarán —le dijo la joven refiriéndose a las valkirias de palacio.

Quitó las partes de la armadura al escorpión y esta tomó su forma de objeto apareciendo una caja dorada que la resguardó. La chica se puso la caja cual mochila en su espalda y luego arrastró a Kythnos algunos metros tomándole de un brazo. La nieve superficial comenzó a acumularse alrededor del caballero quien no podía oponer resistencia.

— Sekiam... mejor me dejas por aquí... ya que más da, estoy más muerto que vivo...—su corazón estaba dolido por el trágico final del Santuario.
— Kytt, no seas llorón —le soltó volviendo a colocarse cara a cara con el Dorado quitando la nieve de su cara—. Es un insulto a los escorpiones que te precedieron el rendirte de una manera tan baja. Estas vivo y te recuperarás pronto, de eso no hay duda, así que deja la quejadera o harás que me arrepienta de haberte sacado de allí...
— ... No es que me esté quejando hace mucho...—abrió mejor los ojos.
— Pues simplemente no te lo permito ni un segundo —declaró con seguridad Polaris.

La amazona en verdad fuerzas no le quedaban, el frío le congelaba como aquella vez que conoció Asgard, tenía puesta la misma ropa simple de entrenamiento y aun no se acostumbrada del todo a la intensidad del clima, el aire parecía escaso y le costaba recuperar el aliento, pero no se quedarían allí, lograría llegar al palacio. Kythnos solo la miraba mientras ella intentaba ponerse de pie, no sabía que decirle, en verdad no le importaba nada ahora y sin embargo había alguien que inesperadamente creía en él.

— Se acabó, Sekiam... debes... —pero sus palabras fueron interrumpidas por el puñado de nieve que la amazona le plantó en la boca.
— Era mejor cuando guardabas silencio —se enfadó ella—. No necesito tu optimismo en este momento...—y luego se desplomó junto a él tirando a un lado la caja dorada mirando el cielo blanco imperturbable.
— Todo tiene un límite...—insistió Kythnos, esta vez solo por molestar ya que había entendido el mensaje.

El joven se levantó, con gran dificultad pero se puso de pie, la gran fuerza de su cosmos aun no se había apagado y tomó en sus brazos a la amazona cual héroe de película mas ambos cayeron de espaldas de vuelta al suelo.

— Buen intento, galán, pero ahora pongámonos serios...

Sekiam no esperaba recurrir a todo su cosmos para cumplir la tarea pues esto le desgastaría en verdad pero el caso lo ameritaba. Reuniendo sus fuerzas el cosmos ahora frío de la guerrera le envolvió, tomó de vuelta la caja de la armadura y esta vez colocó el brazo de Kythnos por encima de sus hombros y le sostuvo la cintura, una forma un poco más digna de cargarlo ahora que se estaba recuperando. Así no tardaron en llegar al punto que había visto Sekiam pudiendo observar desde allí las grandes paredes de hielo que envolvían con gracia las edificaciones del reino haciendo un claro camino hacia la cima.

Al poco andar se encontraron a Erik el fornido y alto asgariano quien estaba atento al cosmos de Polaris acudiendo a ver por qué tardaba tanto. Al ver la situación se acomodó la caja en un hombro y cargó a Kythnos en sus brazos cual damisela en apuros llevándolo con  mayor rapidez al palacio mientras Sekiam le seguía no muy lejos de él. Las valkirias acudieron con la prisa que les caracterizaba, con pociones raras, ungüentos varios y vendajes atendieron al joven herido y volvieron a la vida el desgastado cuerpo de Kythnos.

Mientras tanto Sekiam se encontraba ya más cómoda con el nuevo vestido que le prepararon las chicas y su indumentaría como Polaris, llendo a la estatua de Odín para sacar la lanza de su lugar. El hielo había dejado de avanzar aunque abarcaba más de lo que la amazona había esperado, ella sabía que esto no era suficiente, pero tampoco tenía idea de qué podían hacer.

— El reino esta a salvo de la gran inundación, probablemente las personas que vivían en zonas muy altas han sobrevivido también —le indicó Erik a la amazona que sostenía su lanza observándola muy pensativa.
— Esto no ha terminado, Erik. Debe haber algo más que podamos hacer.
— De hecho pueden...—afirmó el anciano que se presentó en el lugar.
— ¿A qué se refiere? Ni se le ocurra que nos meteremos en esta guerra —enfatizó el asgariano.
— Las fuerzas de Poseidón se encuentran todas sin duda en el Inframundo... por lo que su propio reino ha de estar desprotegido.
—¿Y qué haríamos allí? —estaba muy interesada Sekiam a diferencia de Erik.
— Las aguas que inundan el mundo son sostenidas por siete pilares los cuales representan los siete mares. Si van al Reino Marino y destruyen los pilares las aguas bajarán.
— Entonces hagámoslo de inmediato —se entusiasmó la amazona pensando que no habría resistencia por parte del enemigo.
— Anciano no vengas con ideas tan arriesgadas, por más que esté sin protección el reino no creo que sea tan fácil—seguía Erik sin estar de acuerdo.

Entonces desde el profundo acantilado donde se encontraba la estatua de Odín emergió rodeada de un blanco y brillante cosmos la armadura del dios de Asgard, que se posó ante la mirada asombrada de los presentes.

— Je. je, nuestro dios Odín te ha respondido, Erik. La gran espada de Balmung puede destruir los pilares del Reino Marino, solo necesita que alguien la empuñe contra ellos.
— De acuerdo —asintió Polaris y se apresuró a quitar la espada de la armadura, pero apenas la levantó unos centímetros de su lugar, pesaba demasiado.
— ¿Que haces, chiquilla?—la reprendió el anciano—. Eso no es para niños... ve Erik, tú eres un verdadero asgariano.

El joven miró con desconfianza al anciano pero le obedeció sacando sin problemas la refulgente espada. Sekiam lo miró algo molesta por no poder hacer lo mismo, pero se resignó luego aceptando que era lo más adecuado.

— Debes ir al Reino Marino, te guiaré hacia el abismo que conduce a ese lugar.
— Vamos, de una vez —agregó la amazona pero Erik se negó.
— Debe quedarse, ya se lo he dicho, este es su lugar.
— Pero bueno, soy una guerrera también...—se enfadó al ver que le dejaban a un lado por ser una chica.
— Lo sé —puso el joven su mano en el hombro de Sekiam—. Es por eso que si las cosas no salen bien el reino de Asgard estará en buenas manos.

El joven encendió su cosmos en ese instante y la armadura que poseía se hizo presente, el dragón de dos cabezas, Dubhe Alpha vistió a Erik. Una valkiria le entregó la funda de la espada y guardándola en ella la cargó en su espalda listo para partir. Pero no iría solo, Kythnos no permitiría que le dejaran fuera de la misión, había oído todo y queria ser parte de la acción.

— No pienso quedarme, les agradezco sus atenciones pero mi deber no ha terminado, daré mi apoyo en esta misión —ya estaba entero el Dorado y vestido con su armadura como el Caballero de Escorpión.

El asgariano estuvo de acuerdo, conocía muy bien lo rápido que actuaban los cuidados de las valkirias de palacio y aunque Kythnos no estaba al 100% podría ayudar en caso que inesperadamente regresaran los Marinos. Así que estando todos de acuerdo partieron al Reino Marino, guiados por el anciano llegaron al lugar indicado y cayendo por un profundo torbellino atravezaron las aguas y fueron depositados en las tierras de Poseidón.