Los años trascurrían sin mayores sobresaltos en la vida de Kythnos, hacía un tiempo se había convertido en un Santo de Athena, su duro y arduo entrenamiento le había valido para poseer la flamante armadura de Escorpión de la cual se sentía muy orgulloso. Claro no había tenido ocasión de usarla tras recibirla hace algunos años todo porque la paz reinaba en el lugar y era innecesario custodiar su casa. Estas eran las órdenes del Patriarca quien sí permanecía en el Templo todo el tiempo.
Así que su vida giraba en torno a las vicisitudes del pueblo cercano al Santuario donde vivía. En tiempos de paz la vida de un caballero estaba dividida en continuar mejorando sus técnicas y vivir de su reputación como caballero. Era conocido en el pueblo como Santo de Athena por demostrar varias veces su fuerza contra abusivos y malhechores, todo un héroe en situaciones adversas, aunque nunca le vieron con su armadura sabían que era un caballero de elite.
Con estos antecedentes a su haber caminaba el Dorado por las calles del pueblo tranquilo y confiado mientras saludaba a las personas del lugar. Su destino era la floristería donde gustaba apreciar las nuevas flores que llegaban de lugares lejanos.
— Buen día, señor Kythnos, me da gusto verlo nuevamente —dijo amablemente la tendera, una mujer mayor que estaba acomodando unas flores.
— Buenas, sabe que no fallo cuando llegan las entregas especiales —correspondió el pelirrojo alegremente.
En ese momento entró otro joven de larga cabellera rubia que se detuvo junto a Kythnos frente al mesón. Este pidió un ramo de rosas rojas mientras el escorpión lo observaba con asombro, el Dorado solo conocía a uno más de sus compañeros, a pesar de ser un caballero hace años desconocía que hubiera más dentro o fuera del Santuario.
— ¿Qué sucede?¿se nota que vengo del extranjero?—preguntó el rubio en tono risueño mientras la mujer iba por las rosas que había pedido.
— Es solo que no esperaba encontrarme con un caballero —dijo seriamente cambiando totalmente su actitud inicial.
— No soy un enemigo si eso imaginas. Me presento, soy Adar de Piscis, estuve en entrenamiento mucho tiempo fuera del Santuario, pero ya he regresado.
La mujer de la tienda volvió con las rosas y las entregó al caballero, tras pagarlas se retiró del lugar no sin antes dirigirse al escorpión.
— ¿Qué te parece si nos vemos más tarde y nos reunimos con los demás? Cerca del teatro sería un buen lugar —levantó su mano en señal de despedida retirándose de la tienda.
Kythnos siguió con su rutina aquel día y casi al anochecer aceptó la invitación del recién llegado. No estaba seguro si le encontraría allí por lo que se sorprendió al verlo sentado con el ramo de rosas en sus manos en las gradas del teatro.
— ¿No me has esperado todo el día, cierto?—bromeó Kythnos al acercarse.
— No realmente, tenía unos asuntos antes... aunque admito que si llevo un tiempo aquí, ya pensaba que no vendrías.
— Lo siento, me distraigo con facilidad en la aldea —dijo apenado—. Últimamente frecuento poco este lugar.
— Está bien, vamos —se levantó el Dorado, ninguno portaba entonces su armadura, y el escorpión le siguió.
— ¿A dónde vamos?
— Te dije que nos reuniríamos con los demás.
El caballero de Escorpión tenía al menos unos 8 años en el Santuario desde que llegó y empezó su entrenamiento, pasando las pruebas iniciales a pesar de su corta edad le dieron la oportunidad de ser guiado por un maestro, convertido ya en Dorado no supo de más caballeros con ese rango que uno solo, aquel que habitaba la sexta casa, por lo que tenía curiosidad de a quienes se refería Adar. Un silencio incómodo se sostuvo por unos minutos mientras caminaban por el llano rocoso con el sol escondiéndose en el horizonte.
— ¿Por qué no fueron al teatro? Habría sido mejor reunirnos allí —dijo titubeante siguiendo de cerca al pisciano.
— Cuando me fui del Santuario no alcancé a conocerte, sabía de algunos aprendices que buscaban portar las armaduras doradas, su ambición les llevaría a la muerte.
— No ha sido ambición lo que me ha permitido ser un Caballero Dorado—se detuvo súbitamente Kythnos.
— Lo sé, ahora lo sé...
No tardaron en llegar a un sitio apartado lleno de tumbas, epitafios de roca anunciaban los nombres de sus moradores. Piscis continuó guiando al Dorado hasta detenerse frente a cuatro sepulturas una junto a la otra y en cada una repartió las rosas que cargaba.
— ¿Quiénes son ellos?—temía preguntar el pelirrojo pero aun así lo hizo, ya podía imaginar la respuesta del joven.
— Son nuestros compañeros... bueno, lo habrían sido si ese suceso no hubiese tenido lugar—habló con una profunda tristeza.
— ¿Cuando pasó esto? Nunca oí sobre Caballeros Dorados que perdieron su vida.
— Ni lo oirás de nadie más. Esto fue hace unos 10 años, nosotros a diferencia de ti, nos criamos dentro del Santuario, ser caballeros era nuestro destino desde que nacimos. Seis de entre todos los aspirantes internos se destacaron por sobre los demás desde muy pequeños y recibieron el entrenamiento especial para convertirse en Dorados.
— ¿Seis?, los cuatro de aquí, tú y...
— Sí, pero solo dos sobrevivimos a la tragedia. Eramos solo unos niños llenos de ilusiones hasta que apareció ese tipo...
En el solemne silencio de la noche Kythnos se enteró de la razón por la cual el Santuario se encontraba tan vacio, en verdad en ese momento solo contaba con 3 caballeros de oro, varios de plata y unos pocos bronce, que poco y nada de relación tenían entre sí.
— Lo recuerdo bien, casi nos mata a Fares y a mí, aun siendo pequeña ella tenía un gran poder, pero nuestro compañeros no corrieron con la misma suerte—rememorar esos tiempos perturbaba notoriamente a Adar.
— Entiendo, debe ser muy difícil para ti...¿es por esto que abandonaste el Santuario?
— Sí, aunque ya había pasado varios años de eso nunca me sentí cómodo con todo esto y emprendí un largo viaje para tomar un respiro y asegurarme de ser un buen caballero para nuestra diosa —se volteó mirando al escorpión.
— Dices que esto ocurrió hace 10 años, cuando Athena apareció en esta época.
— Así es, apenas ocurrida esta tragedia Athena llegó para reconfortarnos y proteger el Santuario de ratas como ese sujeto. Aun siendo solo un bebe la sola presencia de ella en el reino hizo huir al cobarde.
— Ya veo, un momento de alegría opacó la muerte de tus compañeros, al final para todo el mundo eran solo unos niños aspirantes a caballeros.
— Eso es correcto, por tal motivo solo Fares y yo lo recordamos.
— Gracias —le extendió la mano Kythnos—. Aprecio que me hayas contado todo esto.
— Los tiempos cambian, antes no habría imaginado que un extranjero se convertiría en un Dorado—le estrechó la mano—. Pero las armaduras no se equivocan, saben bien con quien resuenan plenamente.
— Creo que es hora de volver a casa—tomó distancia Kythnos y miró en dirección a las 12 Casas—. Por cierto, no puedo creer que Fares fuese una niña alguna vez...—bromeó el pelirrojo.
— No ha cambiado nada, siempre dije que es como una piña... aspera por fuera y dulce por dentro, pero no se lo digas o se enfadará —se sonrojó el pisciano a lo cual ambos rieron y se fueron de allí conversando sobre los últimos años de Adar fuera del Santuario.
Hace 10 años atrás apareció la nueva Athena entre la gran conmoción de un suceso inédito, aun el tiempo correspondiente no había llegado, el despertar de los dioses estaba muy lejos de ocurrir y sin embargo alguien acortó ese tiempo interfiriendo en la gran guerra. En esa época el número de habitantes del Santuario era mínimo, la seguridad, los caballeros, los aspirantes, todo regido por un sabio Patriarca que intentaba por todos los medios posibles aumentar este número y así sembrar un futuro de grandes defensores de la Tierra y de su diosa.
Las cosas no marchaban al ritmo que el Patriarca quería pero era sabido por él que aun había tiempo para mejorar la situación y siempre estuvo vigilante ante los nuevos prospectos a caballero y de esta forma logró reclutar a seis pequeños pero entusiastas aprendices. El Patriarca pensaba que quienes pertenecieran a la elite de los caballeros debían ser formados desde su nacimiento dentro del Santuario, esto principalmente porque tenía un hijo y este debia convertirse en un caballero para tomar su lugar en el futuro. Nada mejor que rodear a su pequeño de otros niños con el potencial adecuado.
En la visita a las Doce Casas estaban reunidos los pequeños, verían por primera vez los aposentos de los Dorados y recorrerían el sitio hasta llegar al Templo de Athena. No alcanzaron a acercarse a la primera casa cuando un sujeto salió de entre la multitud, era solo un pequeño igual que ellos con cabello rojo como el vino y su rostro lleno de odio hacia los elegidos. Este era uno de los aspirantes rechazados para convertirse en Dorado, aunque había nacido y se había criado como los otros seis, el Patriarca le había descartado.
— El Santuario no tendrá caballeros de oro y ningún otro...—dijo con una voz profunda que no concordaba con su edad, rodeado de un poderoso cosmos rojo carmesí.
— ¿Has venido solo a molestarnos?, puedes ser cualquier otro caballero incluso seguir practicando —dijo el hijo del Patriarca enfrentándolo.
— La guerra no se llevará a cabo si termino con todos ustedes... si los quito del juego la Tierra por fin será destruida sin resistencia.
Los seis jóvenes se pusieron en guardia al ver que ese chico venía con intenciones de luchar, mas se pusieron delante de ellos los caballeros de plata que resguardaban el sitio diciendo que continuaran pues ellos se encargarían. Tres plateados cayeron en ese mismo momento por el fugaz ataque del pelirrojo furioso y al unirse más caballeros fueron siendo despedazados por este chico vestido simplemente con su ropa de entrenamiento. Esto provocó una gran conmoción en el lugar apartándose todos los presentes huyendo por sus vidas.
A diestra y siniestra el joven iracundo atacó con una fuerza desmedida a todo aquel que se pusiera en su camino y sin vacilación mató al hijo del Patriarca y tres jovenes más que le enfrentaron, otro pequeño y la chica del grupo se habían apartado cuando este le tomó la mano a ella para que escaparan del lugar. Ella de rosados cabellos no se resistió a la huida confundida por la situación mientras el rubio temeroso por su vida solo atinaba a escapar.
El Patriarca ante tan cruenta lucha se precipitó contra el joven de poderoso cosmos pero fue abatido sin más cayendo junto al cadáver de su hijo. El malvado alcanzó luego al par de aspirantes a caballeros, entonces fue que el rubio se enfrentó a él para proteger a la chica y sin embargo fue ella quien inesperadamante atacó al rival con un poder deslumbrante haciéndolo caer por primera vez.
Aun así eran tan solo unos pequeños contra la fuerza sobrenatural de aquel chico y habrían sufrido el mismo final de los demás tarde o temprano pues ese era el objetivo del enemigo. Entonces una estrella fugaz apareció en el claro cielo y un estruendo mayúsculo estremeció el Santuario, un poder enorme, cálido y reconfortante se apoderó de todo el lugar, la estrella había caido frente a la estatua de Athena a varios kilómetros de allí en la cima del monte junto al Templo.
Ante esto el sujeto de rojos cabellos retrocedió y con una muesca de desagrado se dispuso a retirarse del lugar no sin antes advertirles a los pequeños allí presentes y únicos sobrevivientes.
— No duden que volveré y esta Athena no les servirá de nada cuando eso ocurra...
Dejó así el lugar rápidamente perdiéndose en la lejanía mientras los muchachos se recuperaban de tan trágico evento. Así nació la nueva Athena, forzada a aparecer en este mundo antes de tiempo y sin personas experimentadas que pudieran guiarle y enseñarle su propósito. Hoy es solo una niña de 10 años ignorante de su destino, mimada en los aposentos de una diosa, rodeada de servidumbre lejos de la realidad que le rodea.
Pronto ella descubrirá el significado de ser llamada la nueva Athena, las tropas enemigas se mueven rápidamente a su encuentro sin ella percatarse siquiera del peligro que se aproxima.
Así que su vida giraba en torno a las vicisitudes del pueblo cercano al Santuario donde vivía. En tiempos de paz la vida de un caballero estaba dividida en continuar mejorando sus técnicas y vivir de su reputación como caballero. Era conocido en el pueblo como Santo de Athena por demostrar varias veces su fuerza contra abusivos y malhechores, todo un héroe en situaciones adversas, aunque nunca le vieron con su armadura sabían que era un caballero de elite.
Con estos antecedentes a su haber caminaba el Dorado por las calles del pueblo tranquilo y confiado mientras saludaba a las personas del lugar. Su destino era la floristería donde gustaba apreciar las nuevas flores que llegaban de lugares lejanos.
— Buen día, señor Kythnos, me da gusto verlo nuevamente —dijo amablemente la tendera, una mujer mayor que estaba acomodando unas flores.
— Buenas, sabe que no fallo cuando llegan las entregas especiales —correspondió el pelirrojo alegremente.
En ese momento entró otro joven de larga cabellera rubia que se detuvo junto a Kythnos frente al mesón. Este pidió un ramo de rosas rojas mientras el escorpión lo observaba con asombro, el Dorado solo conocía a uno más de sus compañeros, a pesar de ser un caballero hace años desconocía que hubiera más dentro o fuera del Santuario.
— ¿Qué sucede?¿se nota que vengo del extranjero?—preguntó el rubio en tono risueño mientras la mujer iba por las rosas que había pedido.
— Es solo que no esperaba encontrarme con un caballero —dijo seriamente cambiando totalmente su actitud inicial.
— No soy un enemigo si eso imaginas. Me presento, soy Adar de Piscis, estuve en entrenamiento mucho tiempo fuera del Santuario, pero ya he regresado.
La mujer de la tienda volvió con las rosas y las entregó al caballero, tras pagarlas se retiró del lugar no sin antes dirigirse al escorpión.
— ¿Qué te parece si nos vemos más tarde y nos reunimos con los demás? Cerca del teatro sería un buen lugar —levantó su mano en señal de despedida retirándose de la tienda.
Kythnos siguió con su rutina aquel día y casi al anochecer aceptó la invitación del recién llegado. No estaba seguro si le encontraría allí por lo que se sorprendió al verlo sentado con el ramo de rosas en sus manos en las gradas del teatro.
— ¿No me has esperado todo el día, cierto?—bromeó Kythnos al acercarse.
— No realmente, tenía unos asuntos antes... aunque admito que si llevo un tiempo aquí, ya pensaba que no vendrías.
— Lo siento, me distraigo con facilidad en la aldea —dijo apenado—. Últimamente frecuento poco este lugar.
— Está bien, vamos —se levantó el Dorado, ninguno portaba entonces su armadura, y el escorpión le siguió.
— ¿A dónde vamos?
— Te dije que nos reuniríamos con los demás.
El caballero de Escorpión tenía al menos unos 8 años en el Santuario desde que llegó y empezó su entrenamiento, pasando las pruebas iniciales a pesar de su corta edad le dieron la oportunidad de ser guiado por un maestro, convertido ya en Dorado no supo de más caballeros con ese rango que uno solo, aquel que habitaba la sexta casa, por lo que tenía curiosidad de a quienes se refería Adar. Un silencio incómodo se sostuvo por unos minutos mientras caminaban por el llano rocoso con el sol escondiéndose en el horizonte.
— ¿Por qué no fueron al teatro? Habría sido mejor reunirnos allí —dijo titubeante siguiendo de cerca al pisciano.
— Cuando me fui del Santuario no alcancé a conocerte, sabía de algunos aprendices que buscaban portar las armaduras doradas, su ambición les llevaría a la muerte.
— No ha sido ambición lo que me ha permitido ser un Caballero Dorado—se detuvo súbitamente Kythnos.
— Lo sé, ahora lo sé...
No tardaron en llegar a un sitio apartado lleno de tumbas, epitafios de roca anunciaban los nombres de sus moradores. Piscis continuó guiando al Dorado hasta detenerse frente a cuatro sepulturas una junto a la otra y en cada una repartió las rosas que cargaba.
— ¿Quiénes son ellos?—temía preguntar el pelirrojo pero aun así lo hizo, ya podía imaginar la respuesta del joven.
— Son nuestros compañeros... bueno, lo habrían sido si ese suceso no hubiese tenido lugar—habló con una profunda tristeza.
— ¿Cuando pasó esto? Nunca oí sobre Caballeros Dorados que perdieron su vida.
— Ni lo oirás de nadie más. Esto fue hace unos 10 años, nosotros a diferencia de ti, nos criamos dentro del Santuario, ser caballeros era nuestro destino desde que nacimos. Seis de entre todos los aspirantes internos se destacaron por sobre los demás desde muy pequeños y recibieron el entrenamiento especial para convertirse en Dorados.
— ¿Seis?, los cuatro de aquí, tú y...
— Sí, pero solo dos sobrevivimos a la tragedia. Eramos solo unos niños llenos de ilusiones hasta que apareció ese tipo...
En el solemne silencio de la noche Kythnos se enteró de la razón por la cual el Santuario se encontraba tan vacio, en verdad en ese momento solo contaba con 3 caballeros de oro, varios de plata y unos pocos bronce, que poco y nada de relación tenían entre sí.
— Lo recuerdo bien, casi nos mata a Fares y a mí, aun siendo pequeña ella tenía un gran poder, pero nuestro compañeros no corrieron con la misma suerte—rememorar esos tiempos perturbaba notoriamente a Adar.
— Entiendo, debe ser muy difícil para ti...¿es por esto que abandonaste el Santuario?
— Sí, aunque ya había pasado varios años de eso nunca me sentí cómodo con todo esto y emprendí un largo viaje para tomar un respiro y asegurarme de ser un buen caballero para nuestra diosa —se volteó mirando al escorpión.
— Dices que esto ocurrió hace 10 años, cuando Athena apareció en esta época.
— Así es, apenas ocurrida esta tragedia Athena llegó para reconfortarnos y proteger el Santuario de ratas como ese sujeto. Aun siendo solo un bebe la sola presencia de ella en el reino hizo huir al cobarde.
— Ya veo, un momento de alegría opacó la muerte de tus compañeros, al final para todo el mundo eran solo unos niños aspirantes a caballeros.
— Eso es correcto, por tal motivo solo Fares y yo lo recordamos.
— Gracias —le extendió la mano Kythnos—. Aprecio que me hayas contado todo esto.
— Los tiempos cambian, antes no habría imaginado que un extranjero se convertiría en un Dorado—le estrechó la mano—. Pero las armaduras no se equivocan, saben bien con quien resuenan plenamente.
— Creo que es hora de volver a casa—tomó distancia Kythnos y miró en dirección a las 12 Casas—. Por cierto, no puedo creer que Fares fuese una niña alguna vez...—bromeó el pelirrojo.
— No ha cambiado nada, siempre dije que es como una piña... aspera por fuera y dulce por dentro, pero no se lo digas o se enfadará —se sonrojó el pisciano a lo cual ambos rieron y se fueron de allí conversando sobre los últimos años de Adar fuera del Santuario.
Hace 10 años atrás apareció la nueva Athena entre la gran conmoción de un suceso inédito, aun el tiempo correspondiente no había llegado, el despertar de los dioses estaba muy lejos de ocurrir y sin embargo alguien acortó ese tiempo interfiriendo en la gran guerra. En esa época el número de habitantes del Santuario era mínimo, la seguridad, los caballeros, los aspirantes, todo regido por un sabio Patriarca que intentaba por todos los medios posibles aumentar este número y así sembrar un futuro de grandes defensores de la Tierra y de su diosa.
Las cosas no marchaban al ritmo que el Patriarca quería pero era sabido por él que aun había tiempo para mejorar la situación y siempre estuvo vigilante ante los nuevos prospectos a caballero y de esta forma logró reclutar a seis pequeños pero entusiastas aprendices. El Patriarca pensaba que quienes pertenecieran a la elite de los caballeros debían ser formados desde su nacimiento dentro del Santuario, esto principalmente porque tenía un hijo y este debia convertirse en un caballero para tomar su lugar en el futuro. Nada mejor que rodear a su pequeño de otros niños con el potencial adecuado.
En la visita a las Doce Casas estaban reunidos los pequeños, verían por primera vez los aposentos de los Dorados y recorrerían el sitio hasta llegar al Templo de Athena. No alcanzaron a acercarse a la primera casa cuando un sujeto salió de entre la multitud, era solo un pequeño igual que ellos con cabello rojo como el vino y su rostro lleno de odio hacia los elegidos. Este era uno de los aspirantes rechazados para convertirse en Dorado, aunque había nacido y se había criado como los otros seis, el Patriarca le había descartado.
— El Santuario no tendrá caballeros de oro y ningún otro...—dijo con una voz profunda que no concordaba con su edad, rodeado de un poderoso cosmos rojo carmesí.
— ¿Has venido solo a molestarnos?, puedes ser cualquier otro caballero incluso seguir practicando —dijo el hijo del Patriarca enfrentándolo.
— La guerra no se llevará a cabo si termino con todos ustedes... si los quito del juego la Tierra por fin será destruida sin resistencia.
Los seis jóvenes se pusieron en guardia al ver que ese chico venía con intenciones de luchar, mas se pusieron delante de ellos los caballeros de plata que resguardaban el sitio diciendo que continuaran pues ellos se encargarían. Tres plateados cayeron en ese mismo momento por el fugaz ataque del pelirrojo furioso y al unirse más caballeros fueron siendo despedazados por este chico vestido simplemente con su ropa de entrenamiento. Esto provocó una gran conmoción en el lugar apartándose todos los presentes huyendo por sus vidas.
A diestra y siniestra el joven iracundo atacó con una fuerza desmedida a todo aquel que se pusiera en su camino y sin vacilación mató al hijo del Patriarca y tres jovenes más que le enfrentaron, otro pequeño y la chica del grupo se habían apartado cuando este le tomó la mano a ella para que escaparan del lugar. Ella de rosados cabellos no se resistió a la huida confundida por la situación mientras el rubio temeroso por su vida solo atinaba a escapar.
El Patriarca ante tan cruenta lucha se precipitó contra el joven de poderoso cosmos pero fue abatido sin más cayendo junto al cadáver de su hijo. El malvado alcanzó luego al par de aspirantes a caballeros, entonces fue que el rubio se enfrentó a él para proteger a la chica y sin embargo fue ella quien inesperadamante atacó al rival con un poder deslumbrante haciéndolo caer por primera vez.
Aun así eran tan solo unos pequeños contra la fuerza sobrenatural de aquel chico y habrían sufrido el mismo final de los demás tarde o temprano pues ese era el objetivo del enemigo. Entonces una estrella fugaz apareció en el claro cielo y un estruendo mayúsculo estremeció el Santuario, un poder enorme, cálido y reconfortante se apoderó de todo el lugar, la estrella había caido frente a la estatua de Athena a varios kilómetros de allí en la cima del monte junto al Templo.
Ante esto el sujeto de rojos cabellos retrocedió y con una muesca de desagrado se dispuso a retirarse del lugar no sin antes advertirles a los pequeños allí presentes y únicos sobrevivientes.
— No duden que volveré y esta Athena no les servirá de nada cuando eso ocurra...
Dejó así el lugar rápidamente perdiéndose en la lejanía mientras los muchachos se recuperaban de tan trágico evento. Así nació la nueva Athena, forzada a aparecer en este mundo antes de tiempo y sin personas experimentadas que pudieran guiarle y enseñarle su propósito. Hoy es solo una niña de 10 años ignorante de su destino, mimada en los aposentos de una diosa, rodeada de servidumbre lejos de la realidad que le rodea.
Pronto ella descubrirá el significado de ser llamada la nueva Athena, las tropas enemigas se mueven rápidamente a su encuentro sin ella percatarse siquiera del peligro que se aproxima.