enero 31, 2016

Juicio a los dioses - La tierra de los muertos [16]



Los Marinos salieron raudos del Santuario mientras este se destruía, se reunieron en una cumbre pues el océano había tomado un gran porcentaje de la Tierra y seguía avanzando. Kraken estaba molesto con los dos Marinos que se presentaron sin su permiso.

— ¿Es que no entienden? Los necesito intactos para combatir a Hades, me habría encargado de cualquier Dorado sobreviviente y al final lo que importaba era quitar el factor Athena del camino y sus patéticos guerreros caerían con ella.
— Calma, Kraken, estamos aquí, al menos la mayoría. Aunque hubo perdidas importantes...—interrumpió Salius.
— No les justifiques Salius, pero tienes razón, esos Dorados dieron más resistencia de la que esperaba, el caso es que ahora empieza la verdadera guerra. Estamos hablando de 105 espectros que aunque no sean demasiado fuertes son un número importante que pueden mermarlos contra los jueces.
— Reunámonos de una vez con nuestro señor Poseidón y vayamos al castillo de Hades—dijo con entusiasmo Salius.
— Recuerden que esta vez es en serio, no dejen uno vivo y el Inframundo caerá a nuestros pies.

Se apresuraron hacia el castillo en ruinas de la familia de Marixose, la actual Pandora, entre sus habitaciones Sylar, Kogu y Seth se reunían pues era el lugar que más frecuentaban ya que les recordaba su vida fuera del reino. Sylar ya se había recuperado bastante bien de sus heridas igualmente Kogu tras el ataque inesperado de los asgarianos. Reuniéndose en la cocina para merendar uno de ellos se quejaba de no tener personal de servicio.

— Eleazar ha exagerado despedir a todo el mundo ¿Tendremos nosotros que limpiar y prepararnos algo de comer?—reclamaba Kogu sentándose a la mesa.
— Cualquiera que te oyera creería que si tuvieras necesidad de hacerlo lo harías, pero nosotros sabemos que no moverías un dedo...—dijo Sylar, el sapuri de Cáncer,  dando una hojeada a su libro.
— Y ahora dilo en una palabra...—rezongó el Aries sapuri.
— Vago...— le respondió sin dejar de mirar su libro.
— No chilles Kogu, ¡cuentan con el mejor chef!—sirvió unos emparedados Seth a sus compañeros.
— ¿Otra vez sandwiches?—exclamó Kogu.
— Come y calla —le mostró sus garras afiladas el caballero albino conteniéndose el enfado— Te quejas de lleno...

No alcanzaron a saborear sus bocadillos cuando sintieron la presencia del enemigo acercándose al castillo. De inmediato salieron y un gran número de soldados se amontonaban en los alrededores. Provistos de sus sapuris los caballeros de Aries, Capricornio y Cáncer contuvieron la embestida del ejército acabando con ellos fácilmente uno tras otro hasta que los Marinos hicieron su aparición y sin mayor esfuerzo se abrieron camino hacia la habitación que contenía las escaleras hacia el Inframundo.

— Me quedaré con los sapuritos —dijo entusiasta Salius de Lymnades.
— Esta vez no, entrarás conmigo —señaló el Kraken— Baku, alcánzanos rápidamente.

El Marino de Krysaor asintió aunque no le agradaba la idea, pero las órdenes de Kraken eran indiscutibles. Los sapuris se sentían subestimados y atacaron al grupo de Marinos aun sabiendo que su número era mayor sin embargo ellos evadieron cada ataque y sin más continuaron hacia el interior del castillo para saltar por las escaleras.

Baku estaba inmóvil apoyado en su lanza observando a los caballeros de Hades que golpeaban sin cesar las huéstes marinas que entraban al castillo siguiendo a los Generales. Tras un momento el Marino interceptó a Sylar clavándole su lanza atravesando su pecho, ante esto los otros dos atacaron a Baku mas este sin esfuerzo les esquivó produciéndoles varios cortes en contrataque. El General Marino ya había observado los posibles movimientos de los sapuris cuando estos se abrían camino entre la multitud de soldados.

El Kraken había sido muy astuto al dejar a Baku sabiendo que él no perdería el tiempo para terminar con sus víctimas y así mismo lo hizo, atacando sin piedad a los sapuris que poco y nada pudieron hacer cayendo definitivamente ante el poderoso Marino. En ese momento el gran poder de Poseidón se sintió en el lugar, moribundos los sapuris vieron pasar cerca de ellos la figura impoluta del dios de los mares, un hombre muy joven de unos 16 años.

Con paso seguro y vestido con su armadura Alan destelleaba su gran cosmos, protegiendo así a sus soldados y Generales mientras estos caían al Inframundo, su cabello rizado era de un tono celeste clarísimo como sus ojos. Su protección era crucial para esta fase de la guerra y descendió él también pues enfrentaría cara a cara a su hermano Hades.

El número mayor de espectros, los terrestres, hicieron frente al enemigo en primera instancia cual barrera cerraba el paso de los Soldados marinos, la gran batalla se estableció cerca de la puerta de la famosa inscripción, peleando los espectros y destruyendo a los soldados mientras los Generales por su parte les destrozaban sin dificultad.

— No te escondas, Hades.  Ven y enfrentame aquí, no tengo ganas de recorrer tu horrible reino...—dijo el inexpresivo dios de los mares, pero no tuvo respuesta.

En aquel lugar se encontraba una barca y Poseidón subió a ella junto con los Generales, aun las aguas del Inframundo le obedecían y no tardó en llegar a la otra orilla mientras la batalla seguía entre sus soldados y los espectros terrestres de Hades con el apoyo de Baku quien se aseguró que ninguno sobreviviera.

Era el momento de los espectros celestiales que se avalanzaron contra el dios mientras este se bajaba de la barca, sin embargo fueron incapaces de siquiera acercarse. Devon se quedó esta vez acabando con ímpetu un espectro tras otro apoyado por Rage, la nueva Marina de Dragón. Alan y los 3 restantes Generales siguieron por la primera prisión donde el juez de Grifo les esperaba.

— Mis órdenes son que el señor Poseidón es bienvenido, sin embargo no así sus lacayos—sonrió el espectro y tras él los otros 2 jueces aparecieron, Jeshab de Wyvern y Morgan de Garuda.

Ante esto ni una expresión se vio en el rostro de Alan quien siguió su camino a la siguiente prisión. Los Marinos que quedaban Salius y Miller no se movieron hasta oir al Kraken quien les señaló con quien enfrentarse cada uno, decidiendo que Lymnades iría contra el Wyvern y Siren contra Grifo, ordenando que se separasen unos de otros. Pero Miller al intentar moverse no pudo hacerlo pues finos hilos enredaban a los 3 Marinos.

— No estoy de acuerdo con tu plan, pecesito —se burló el Grifo de larga cabellera verdeazulada.
— Yo quiero el pelirrojo —dijo Wyvern avanzando hacia este tomándole del cuello y estrellándolo varios metros atrás contra el muro de la edificación traspasando a una habitación contigua.
— Te dejo al raro —habló Morgan atrapando sin previo aviso a Siren en su técnica haciéndolo atravesar el techo del recinto para luego seguirlo y enfrentarlo sobre el tejado de la prisión.
— ¡Siempre me dejan el raro! —se molestó Kainex el Grifo.

Mientras a paso lijero Alan llegó a la segunda prisión donde Hades le esperaba en la entrada vestido con su armadura y la espada en su mano. Eleazar estaba furioso por la intromisión a su reino, no esperaba que Poseidón se atreviera a invadirle cuando las Guerras Santas siempre fueron contra Athena.

— ¿Vienes a explicar tu osadía, Poseidón? Sabes que solo puedes obtener la Tierra si ganas a Athena justamente.
— No me vengas con tu sermón de la justicia, Hades. Athena esta fuera del camino como debe ser, eres tú quien se interpone ahora a mi reinado sobre esta tierra.
— Bien conoces la justicia del dios de los muertos, no permitiré que arraces mi reino como has hecho con el Santuario ¡Tu ambición llega hasta aquí! —elevó su espada y un rayo rojo sangre cortó el camino entre él y el dios de los mares quien lo esquivó por muy poco.
— Como si tú no tuvieras la ambición de controlar también la Tierra, pero decidiremos esto viendo cual de nuestros recipientes humanos tiene mejor conexión con nosotros, sabes muy bien lo fundamental que es.

Los enormes cosmos de los dioses remecieron el lugar, dispuestos a pelear mano a mano ambos confiaban en sus habilidades. Y empezó su ataque Poseidón empuñando su tridente y lanzando veloces rayos de energía a Hades quien ágilmente los interceptó con su espada. El dios de los muertos hizo lo suyo con su arma lanzando un haz horizontal brillante como el fuego que Poseidón cortó con su tridente. Así se enfrascaron en una batalla de poder enviándose rápidos ataques sin recibir daño alguno, mas Eleazar teniendo al dios de los mares muy cerca aprovechó para conectarle una patada al estómago que retorció el cuerpo de Alan y luego con el puño golpeó su cara.

enero 27, 2016

Despertar del enemigo - Las llamas rojas del reloj [15]

Kythnos avanzó sintiéndose orgulloso por no haberse rendido, por primera vez se sentía como un Caballero de Oro de verdad. Sus fuerzas estaban a tope y listo para enfrentarse a otros Marinos y por cierto que Salius junto a Devon ya habían salido de los escombros en la casa de Virgo, pronto se encontraron con el escorpión que les esperaba. Aunque lógicamente el nuevo Krysaor debía ser el primero en encontrarse con el Dorado de Escorpión, pero no había señales de él.

—¿Con que aun vives?—dijo Devon al joven pelirrojo, aunque Salius ya no estaba a su lado.
— Ven de una vez, Marino.
— Hombre, Ciris era de las más fuertes...—estaba enfadado, ella no tenía reemplazante por su habilidad tan particular.

Detrás del General apareció corriendo Adar quien se aproximó a Kythnos, a lo cual el Dorado de la octava casa quedó impactado. Había sentido claramente la extinción de su cosmos, no era posible lo que sus ojos veían, pero el Caballero Dorado de Piscis estaba sin dudas ante sus ojos.

— Compañero, no te preocupes, yo me encargaré de este Marino, hay más...—pero Kythnos lo miró seriamente y lo atrapó por la garganta.
— ¿Eres una especie de imitador?...
— Soy tu amigo, el pisciano...—rió burlonamente el General de Lymnades con la apariencia del Dorado.

La tromba marina de Hipocampo hizo que Kythnos soltara al falso Adar para evitar tan fortísimo ataque. Claramente le habría destrozado la garganta con sus agujas, pero el Marino le rescató al impostor y volvió a embestir luego al Dorado sin darle tiempo impactándolo contra los pilares internos de su casa.

— Qué raro... estaba seguro que caería—dijo con decepción Lymnades volviendo a su forma habitual.
— Es claro que no puedes esconder tu olor a putrefacción...—se levantó con enfado Kythnos.
— Y eso qué, vas a decir que el pisciano olía a rosas... espera...
— ¡Déjense de tonterias!—interrumpió Devon quien solo quería vencer de una vez al escorpión.

Mientras tanto Kraken y Siren ya habían salido  de los escombros al otro lado de la casa de Escorpión heridos con agujas en sus armaduras, aunque solo unas pocas que no significaban mucho para los Marinos, listos para seguir se apresuraron a recorrer Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis.

— Vete Lymnades, yo me encargo de este...
— Eres nada divertido, caballito de mar—refunfuñó Salius abandonando la escena adelantándose para encontrarse con los otros dos Generales

El joven Dorado debía atacar sin vacilación, esta vez no caería ante la decepción y pelearía por sus compañeros caidos. Ambos listos para actuar se miraron fijamente un momento para ver quien era el primero en actuar, fue el Marino el que concentró todo su cosmos en un puño sorprendiendo a Kythnos que encendió rápidamente su aguja del indice interceptando el ataque de Devon y cambio de inmediato a la gran tromba marina que atrapó al escorpión estrellándolo en el techo de su casa.

Mal herido Kythnos no se rendía y seguiría levantándose mientras sus fuerzas se lo permitieran. El General Marino estaba confiado al ver que Ciris ya había hecho la mayor parte disminuyendo al agotado escorpión y no se percató que este apenas plantó bien su pie en el empedrado suelo envió las 14 agujas escarlatas hacia él. Lamentablemente la rapidez del Hipocampo no permitió que las acertara todas, después de todo se había vuelto un poco lento en comparación al prácticamente intacto General Marino.

Devon continuó a pesar de sus heridas sangrantes, estas no le detendrían para arremeter con su torbellino marino, aunque Kythnos ya había recibido esta técnica le era imposible moverse suficientemente rápido para evitarla y nuevamente fue arrastrado por las aguas arremolinadas que esta vez lo sacaron de la casa del Escorpión para elevarlo muy alto. Resistiendo con todas sus fuerzas el Dorado notó una gran diferencia con la anterior tromba, múltiples cortes lo azotaban y estos no provenían de la técnica del Hipocampo.

Su cuerpo incapaz de moverse dentro del remolino de agua recibió cortes en todas las partes donde la piel quedaba al descubierto y finalmente en lugar de caer por la técnica en sí alguien le golpeó el estómago dándole un mayor impulso para impactarlo contra el suelo de las escalinatas fuera de la octava casa. El cuerpo inerte del Dorado ya no se levantaría y junto a él un molesto Devon reprendía al General de Krysaor.

— ¡No hacía falta!¡¿Acaso piensas que no puedo con un Dorado moribundo?!—tenía su mano empuñada y se contenía para no atacar al compañero.
—¿Y qué harás, pelearás contra mí? Dejen ya las sutilezas con estos tipos, no olvides que luego tenemos que ir al Inframundo—empezó a caminar hacia el interior de la casa.
— Infeliz, no vueltas a meterte en una pelea mia o la próxima verás de lo que soy capaz...— le dijo mientras pasaba a su lado adelantándolo.
— No hagas mucho esfuerzo o perderás más sangre...—corrió esta vez veloz dejando atrás al herido Hipocampo que no podía más de rabia contra el Marino.

Tras cruzar la casa de Piscis Kraken y Siren vieron un campo de rosas rojas que expelían un grato pero mortal perfume. Era el trabajo de Adar para proteger el camino hacia el Templo de Athena, sin embargo no sería obstáculo para el pelirrojo quien unió sus manos por sobre su cabeza y separando sus pies movió sus brazos juntos hacia el frente, una tormenta de hielo congeló todas las rosas y cercanías  creando un paisaje nevado blanco. Siren pisó el camino de rosas y estás se rompieron cual cristal, ya no tenían su perfume y avanzaron sin demora hasta llegar al Templo.

Un temeroso Patriarca quedó petrificado al verlos entrar en el salón principal donde se encontraba, la música de Siren le comenzó a destruir por dentro a él y los guardías presentes, mientras Kraken avanzaba hacia la habitación de Dian, tras las cortinas del salón, quien jugaba en la alfombra cerca de su cama.

— ¿Quién eres tú?–preguntó ella inocente.
— Dime tú quién eres primero...—parecía amable el sujeto al acercarse.
— Soy Dian, ese es mi nombre —se levantó la pequeña.
— No pequeña, te equivocas... la respuesta correcta es... Athena...

Sacó el hombre la daga dorada y sin más la clavó en el pecho de la jovencita. Aquella daga era la única arma que podía matar a un dios, Kraken había cumplido su promesa de hace 10 años, que volvería y la nueva Athena no serviría de nada para detenerle. El cosmos de la diosa se encendió y poco a poco la daga comenzó a salirse de su cuerpo, pero Kraken también hizo arder su gran cosmos carmesí y ambos tenían una lucha uno manteniendo la daga y la otra tratando de quitárla.

— Es inútil que te resistas Athena, has despertado en vano en este tiempo...
— Eres tú el que no debería estar aquí...
— Yo hago lo que se me da la gana, chiquilla, dejaré la Tierra en manos de Poseidón y nunca más habrá una estúpida Guerra Santa, es la última y es mia...

El ardor rojizo del Marino se intensificó y siendo que Athena nunca entrenó su poder para despertarlo por completo el cuerpo de la niña cedió desangrándose por el poder de ambos y poco a poco desapareció frente a los ojos del General de Siren que ya había acabado con los inútiles guardias.

—¿Quien rayos eres, Kraken?—preguntó desconcertado el Marino.
— No tienes que saberlo...—le sonrió pasando a su lado y tomándole el hombro para luego salir de la habitación.

Ante la pérdida del cosmos de Athena el Santuario comenzó a derrumbarse pieza por pieza, todas las edificaciones sucumbieron, un gran temblor como un llanto de la Tierra sacudió el lugar desplomándolo todo para no dejar rastro de lo que fue. La amazona de Asgard había llegado tarde, las aguas desbordadas tenían control en gran parte del mundo y sintió tristeza al ver los cuerpos de quienes habrían sido sus compañeros si se hubiese quedado en el Santuario.

Sin embargo no se fue hasta ver a Kythnos, tenía que cerciorarse que también estaba muerto como los otros a pesar del derrumbe inminente de todo el Santuario. Lo halló frente a su casa sumamente mal herido, pero notó que aun respiraba débilmente, esto era suficiente para Polaris y decidió sacarlo de allí, no tenía seguridad si sobreviviría pero tenía que hacer el esfuerzo por salvarle. Con su mano creó una película fría alrededor de Kythnos para conservar su cuerpo el tiempo que dudaría su viaje de regreso y en el camino trataría de curarle, así lo tomó de un brazo y una pierna cargándolo sobre su espalda, era bastante pesado con su armadura puesta, pero sintió que tambien debía rescatar a su amada armadura de oro.

Con dificultad avanzó mientras todo se desplomaba donde pisara y no muy lejos de allí podía observarse el reloj con sus llamas rojas que se inclinaba hasta estrellarse en el suelo y sin embargo el círculo de las horas quedó intacto pudiendo verse las pocas horas que le quedaban a la Tierra.

Continuará...

enero 17, 2016

Extra - Cosmos y guerreros


[Los extras son historias que sucedieron antes, durante o después de los hechos narrados en el fic, pero no tienen relevancia dentro de la trama.]

El ímpetu el pequeño Phil lo llevó a recorrer las tierras de Asgard buscando la forma de ser parte de la lucha que se aproximaba a las tierras del norte. A pesar de ser muy joven y sin ningún tipo de experiencia como guerrero pensaba que si obtenía una de esas armaduras de las que hablaban podría hacerse fuerte y batallar junto a Erik y la señorita Sekiam. Emprendió entonces su búsqueda y no le fue muy difícil hallar algunas, sin embargo su acceso era muy restringido y le eran imposibles, por ejemplo una estaba en las profundidades del lago, era notorio su lugar bajo las aguas pero el hielo de esa zona inhóspita era demasiado grueso, aquello era imposible de atravesar.

Otra la encontró en una mansión abandonada y en ruinas, al menos creyó ubicarla pues para él era evidente que el relieve de un muro en el salón principal escondía una armadura pues estaba tallada con  precisión en la pared. Esas estaban muy difíciles, pero aun quedaban más y no importaba cuanto tiempo le tomara llegaría a cada rincón de Asgard, la conversación con Erik sobre las armaduras asgarianas había avivado el deseo del pequeño valiente de convertirse en un guerrero del reino.

Hace un tiempo Phil vivía en el palacio junto a Polaris y el único guerrero residente Erik, para este último el entusiasmo que mostraba el pequeño le recordaba su propia juventud cuando con los otros jóvenes entrenaban duramente para convertirse en grandes protectores de Asgard y es por esto que le contaba muchas historias. Erik no se habría imaginado que todo eso provocaría que Phil se arriesgara por el inclemente territorio nevado para conseguir una de esas fantásticas armaduras.

Adentrándose en una profunda cueva para protegerse de una gran tormenta logró encontrar una más, la diferencia entre el exterior y el interior de la cueva eran extremos, el calor que sentía el joven le quitaba el aliento, sin embargo siguió avanzando más y más profundamente hasta hallar una zona llana que en medio tenía una laguna de lava ardiente y en su centro sobre un peñasco la flamante armadura de Merak Beta, el caballo de 8 patas permanecía inamovible ante la vista incrédula del pequeño.

La laguna no era muy grande y peñascos parecían indicar el camino hasta el centro lo cual hacia fácil para Phil poder alcanzarla, finalmente hallaba una que estuviera a su alcance aun siendo algo realmente peligroso. El sudor le bañaba el cuerpo y cada vez el aire era más escaso, pero Phil emprendió el camino por entre los peñascos saltándolos uno a la vez mientras la lava burbujeaba a escasos centímetros de él. Estando a medio camino dudó de lo que estaba haciendo, era una locura y sus fuerzas le abandonaban, no sabía si podría llegar al siguiente peñasco ni avanzando ni retrocediendo para estar a salvo.

La angustia lo invadió y su temor se convirtió en terror que le paralizó todo el cuerpo, las lágrimas eran inevitables, sollozaba aferrado a la roca sin saber qué hacer y muy atemorizado. Entonces la armadura de Merak comenzó a brillar intensamente, viendo esto el muchacho pudo sentir como esta le llamaba con una atracción tan poderosa que su terror poco a poco comenzó a disminuir, como si ella le consolara con su calidez.

– ¿Puedes sentir esa energia Erik? Es Merak..– dijo con desconcierto la valkiria a su acompañante en el salón.
– Imposible... una armadura de Asgard se ha activado... ¿Será posible que un guerrero la haya obtenido sin nosotros percatarnos de su presencia en el reino?
– Ve de inmediato, Erik, averigua de quién se trata – ordenó Sekiam y con una reverencia Erik se apresuró hacia la cueva de Merak.

A su llegada el alto guerrero observó que el peñasco de en medio de la laguna de lava estaba congelado haciendo un camino por las otras rocas incrustadas. Sobre la roca central un niño portaba la armadura de Merak tendido en el suelo inconsciente. Rápidamente Erik lo sacó de allí hacia un lugar menos extremo ambientalmente donde el pequeño recuperó la conciencia.

– ¿Te has vuelto loco? Eres un incensato Phil, pudiste haber muerto ¿qué pretendías?...– le hablaba al joven con rabia contenida y muy preocupado por lo sucedido.
– Pero estoy bien– se incorporó el muchacho con entusiasmo – Encontré una de las armaduras de las que me habló, mire, es magnífica.
– Que tonterías dices, Phil.
– Mire aquí está, la saqué de la laguna de lava– dijo indicando la armadura del caballo que se encontraba junto a ellos– Ahora podré ser un caballero como usted.

El muchacho desprendió una parte del brazo de la armadura y trató de ponérsela, pero esta no ajustaba y se caía, Phil insistía con las piezas acomodándolas sobre sí, pero aun la tiara de la cabeza le quedaba grande y se deslizaba.

– Pero... recuerdo que la tenía puesta, antes de desmayarme.. yo, ella me aceptó como usted me dijo...
– Querrás decir que la armadura te salvó la vida – se sonrió Erik al comprender qué había sucedido.
– Usted me dijo que las armaduras solo podían ser usadas si ellas te aceptaban y eso ocurrió, lo juro... – dejó de insistir el joven cayendo de rodillas mientras la armadura recuperaba su forma de objeto.
– Phil, Merak no hizo más que cuidar de ti al verte en aprietos, deberías de agradecerle y prometerle entrenar duramente para ser un digno portador. El cosmos es algo que todos sobre este mundo tenemos, se trata de las potencialidades, cuando esto se une a tu voluntad puedes incluso destruir una roca con tus manos – le enseñó Erik tomando una roca cercana.
– Dice usted que no estoy preparado... entiendo – dijo decepcionado el chico.
– El cosmos dentro de ti arde con  vigor estoy seguro, pero debes entrenar cómo hacer que eso salga de tu interior y puedas controlarlo a voluntad. Merak o cualquier otra armadura de Asgard sabrán cuando su portador sea digno de ellas, y no solo las armaduras de este lugar, hay muchas más que se regocijan al proteger a sus respectivos portadores.  Nunca olvides Phil que las armaduras tienen vida y solo están al servicio de verdaderos guerreros.

Con estas palabras Erik emprendió su salida de la cueva con el muchacho siguiéndole de cerca, cuando Phil dio una mirada hacia atrás mientras caminaba vio que la armadura destelló y se retiró hacia las profundidades de la cueva.

enero 10, 2016

Despertar del enemigo - Muerte y destrucción [14]

El joven se presentó ante Adar quien no podía creer lo que veía, dijo llamarse Devon de Hipocampo y portaba la armadura del recién caído rival que yacía en el suelo desprovisto de su escama. El agujero de la rosa blanca permanecía en sus ropajes, aquella era la misma armadura, pero jamás el Dorado había oido que fuese posible esto, dos portadores simultáneos.

— No te sorprendas tanto, doradito. Este fue nuestro plan desde el principio, algunos Generales Marinos tienen su reemplazante y te has cruzado con uno...
— Imposible...—el cuerpo de Adar ya había recibido mucho castigo, jamás habría imaginado que en las sombras otro esperaba pacientemente la muerte de su compañero.
— Acabaré contigo, pecesito, ya Kuda hizo la mayoría del trabajo...

A pesar de estar sumamente lastimado el Caballero Dorado preparó sus rosas rojas, en su corazón sabía que aquel sería su último ataque, Devon por su parte atacaría al estilo del Hipocampo con gran poder destructivo, así emergió de entre sus manos extendidas al frente la gran tromba marina más fuerte y rápida que la de Kuda. Aun así las rosas rojas siguieron su camino a través del torbellino de agua alcanzando al Marino.

La tromba marina elevó a Adar varios metros sobre el suelo, en sus últimos pensamientos el Dorado recordó con nostalgia pasajes de su vida junto a Fares y más recientemente su compañero Kythnos, ya no les volvería a ver.

— Fares... Kythnos, he fallado... perdónenme...—su cuerpo se estrelló en las escalinatas con gran estruendo y su cosmos se apagó finalmente.

En cuanto a Devon, este se encontraba junto a un gran peñasco estrellado a sus pies con Salius sobre él, ambos recibieron las rosas rojas del pisciano.

— ¿Que haces Salius? ¡Quítate de una vez!—exclamó con ira el Marino.
— Vaya manera de agradecer, idiota —le indicó este el peñasco, un metro por sobre sus cabezas estaba enterrada una rosa blanca que poco a poco dejó caer sus pétalos al deshacerse.
— ¿Un rosa blanca? Ese infeliz Dorado la ocultó entre sus rosas rojas...—se tocó el pecho donde estaba el agujero de la rosa enviada contra Kuda.
— Continuemos de una vez —ya se había levantado Salius el General Marino de Lymnades.

Tras el estallido de la técnica de Virgo, ella cayó de rodillas, agotada por el gran esfuerzo de mantener aquel haz de luz más los constantes y fuertes ataques del Dragón marino. Sintió entonces la extinción del cosmos de Adar produciéndole un gran dolor en su corazón. Sus ojos se entreabieron un poco, sin embargo para ella no había diferencia pues era invidente desde su nacimiento, lo cual nunca fue impedimento en su vida para convertirse en una fuerte y valerosa guerrera.

Mas sus lágrimas no alcanzaron a tocar al piso empedrado cuando el filo de la lanza se posó en su cuello y de un movimiento rápido derramó la sangre de la amazona quien cayó definitivamente al suelo. El Marino vestía los ropajes de Krysaor y caminó sin prisa en dirección a la salida de aquella casa.

— Espera... no es justo...—oyó hablar con dificultad a la Marina morena de púrpura cabellera—Aun no he muerto...
— Yo creo que sí...—dijo el sujeto acercándose con su lanza dorada y atravezando el cuerpo moribundo de la amazona con esta, apoyando su pie quitó el arma continuando su camino fuera del lugar.

Una vez que se había ido llegaron los otros dos Marinos, Salius y Devon que pasaron raudos por entre los cadáveres sin la más mínima contemplación, sin embargo el cosmos de Virgo aun tenía fuerza. Incapaz de levantarse y desangrándose el cuerpo de Fares emitió su último aliento remeciendo la casa que rápidamente se desplomó sobre los enemigos, quedando atrapados entre los escombros.

Aquello no duraría mucho y sin embargo unos minutos podrían hacer la diferencia para Kythnos quien tenía un feroz encuentro con Ciris de Scylla. Atacdo por la Abeja reina de Ciris y posteriormente por el Águila Kythnos no había sido capaz de evitar tan variados ataques.

— Te presentaré a mis seis bestias, no te preocupes de morir antes de verlas a todas —se burló la chica de las coletas peliverdes.

El joven de Escorpión no podía predecir con seguridad cual sería el movimiento de la amazona pues esta variaba en postura y ángulo de ataque, además era muy veloz al evitar sus agujas escarlatas ya que las había visto actuar contra los otros guerreros, esto hacia que estuviera en clara desventaja ante alguien tan versátil.

— En verdad no quiero tardame demasiado, quiero conocer el Templo de Athena y destruir personalmente la estatua de la diosa mientras todo este reino se desmorona...
— No pasarás de aquí, ya te lo he dicho, aunque me cueste la vida... acabaré con todos ustedes...
— Tratas de ocultarlo pero es obvio para mí cuánto te afecta, sabes muy bien que tus compañeros han caido, ya no hay esperanza para ustedes... ¡resignate de una vez!

Alzó las alas de su armadura que destellearon y encendiendo su brazo izquierdo atacó nuevamente al herido escorpión que no pudo impedir ser aprisionado por la serpiente mientras muerciélagos chupasangre mermaban su energía. Entonces sintió que Ciris tenía razón ya no había manera de cambiar las cosas, solo tres dorados no podría contra rivales tan fuertes y bien preparados.

— Los dorados nada pueden hacen contra nosotros, no solo somos más sino mejores... todos ustedes no son más que escoria en nuestro camino y los quitaremos sin el mayor esfuerzo.

Estaba totalmente confiada Scylla sus compañeros no tendrían problemas para salir del derrumbe y avanzar hacia el Templo de Athena, allí se encontraba Dian, una chica de solo 10 años que se mantenía ignorante ante lo que acontecía en el Santuario, sin embargo su guardián el Patriarca estaba temeroso de los últimos acontecimientos.

— El reloj se ha encendido con llamas rojas, esto no puede ser bueno..¿qué ocurre con esos caballeros de oro? deberían estar aquí protegiéndonos a mí y Dian... qué será de nosotros... qué será de nosotros...

Caminaba para un lado y otro sin sociego, un tipo que jamás tuvo entrenamiento de caballero se había adjudicado el Patriarcado hace 10 años al ser hermano mayor del difunto antiguo Patriarca. Creyendo que dirigiría en tiempos de paz nunca se preocupó del Santuario sino que disfrutó de todos los beneficios del puesto. Ahora estaba en peligro y no sabía si escapar de inmediato o si al hacerlo se encontraría con los enemigos.

— ¿Crees que son mejores?—dijo con dificultad el caballero de Escorpión—. Tal vez este vencido, pero no te permito que ofendas la orden de los Caballeros Dorados, ni a ningún rango atheniense...—se levantó decidido Kythnos.

Así como sus compañeros lucharon a pesar de la desventaja con todas sus fuerzas, incluso los jóvenes de Plata y Bronce que ante el poderío enemigo dieron su vida sin vacilación, Kythnos pelearía hasta el final aun si no fuese suficiente el esfuerzo.

— No eres más que un estúpido, la orden que quieres defender se ha extinguido y junto con ellos caerá el Santuario, te dejaría vivir solo para que vieras con tus propios ojos como todo se derrumba... sin embargo, prefiero acabar con tu vida ahora...

Su brazo izquierdo brillo un segundo lanzándose con la serpiente más la mordida del lobo al Dorado tendido en el suelo, sin embargo esta vez el escorpión atrapó su brazo con la mano izquierda evitando el golpe y con su mano derecha le tomó el casco a la amazona.

— Me pregunto de qué estan hechas tus escamas...—le encaró Kythnos mirándola frente a frente y la mano que sostenía el casco de ella alargó sus uñas filosas destruyéndolo por completo.
—¿Qué? Imposible...—estaba impresionada la peliverde por la osadía del escorpión.
— No son muy resistentes que digamos... Verás, si tratarás de hacer lo mismo con mi casco no podrías siquiera razguñarlo...

La mano que sostenía el brazo de Ciris tambien alargó sus uñas rojas destrozando el puño de la serpiente junto con su mano derramando por primera vez la sangre de la marina. A pesar de las heridas del Dorado era cierto lo que decía pues su armadura resistía sin complicaciones.

— La protección de la armadura no es solo contra el cosmos enemigo sino por sobre todo nos protegen de nuestro propio cosmos y nos permiten siendo humanos elevarlo por sobre cualquiera...
— Has recibido el daño a pesar de tu flamante dorada —replicó ella.
— Es cierto, pero peor sería si no la tuviese y con esto admito tu fuerza, sin embargo es hora de elevar el cosmos como corresponde a un Caballero Dorado.

Se levantó por completo Kythnos mientras la amazona trataba de retroceder al ver el resplancediente cosmos dorado. Cada uno de sus dedos destelleaba en ambas manos del escorpión, pero Ciris no permitiría que el caballero de oro realizace su ataque, ella también se preparó levantándose con el puño derecho de la abeja disparando al corazón del Dorado.

En un solo dedo concentró Kythnos su roja aguja  cual rayo que chocó con el de la marina haciendo pedazós toda su armadura del brazo derecho. De inmediato y aun con la general marina desconcertada cientos de agujas atravezaron el cuerpo de Ciris arrastrándola el impacto por media casa dorada casi hasta la salida.