agosto 24, 2012

Sirena Menor (Parte1)

*** Mucho tiempo he pasado de foro en foro roleando mis personajes de Saint Seiya, ahora quiero rescatar las historias que se perdieron en diversos lugares. Esta es mi recopilación de fics ***

Incursión como Sirena Menor en el foro Warsong Gulch

Era una fría noche de invierno, el mar sereno ondeaba suavemente mientras el viento mecía el fino cabello de una pequeña niña que se encontraba en la orilla observando el inmenso océano frente a ella. El cielo despejado dejaba ver con claridad las estrellas luminosas y titilantes, cielo que se confundía con el horizonte en la oscuridad. Ni un solo barco había cerca de allí, ni una sola alma parecía existir en ese terreno árido y rocoso, solo aquella niña vestida precariamente con una falda larga y una blusa que parecían demasiado delgados para resistir el clima del lugar. Lo cierto era que en dirección opuesta al mar había una luminosa ciudad, que se levantaba en medio de uno de los desiertos más áridos del mundo.

Aquella noche no era especial, la joven acostumbraba escaparse de su cálido hogar para nadar en las frías aguas del pacifico, lo cual con el tiempo le había dado gran resistencia a las bajas temperaturas. Unas horas de baño y ya era tiempo de volver a su casa, pero esta vez todo cambio súbitamente. La peliverde niña no alcanzó a salir del agua cuando un gran estruendo tras ella le hizo voltear solo para encontrarse frente a la ola más grande que jamás había visto, siendo ella tan pequeña esa ola le parecía aun más enorme y no alcanzó ni a decir una palabra cuando esta cayó como si fuera una pared solida. Perdió el conocimiento en ese instante y todo lo que pasó después fue como un sueño.

Hermosos corales estaban justo al alcance de sus manos, los peces de colores vibrantes pasaban a su lado, el agua fresca envolvía su cuerpo como una tela suave y delicada, estaba nadando en aguas cristalinas rozando las algas a su paso con sus dedos, se sentía absolutamente feliz, tanto que cálidas lágrimas brotaban de sus ojos claros, solo después de un momento se dio cuenta que estaba respirando bajo el agua, que aquel no era un lugar que conociera, que aquello era imposible y al mirarse a si misma en lugar de sus piernas había una cola de pez verde con escamas resplandecientes. Apretó la garganta y automáticamente sus manos se fueron a su cuello tratando de respirar, sus párpados se abrieron al máximo, pero no podía ver nada, todo se volvió oscuridad frente a ella mientras su cuerpo se convulsionaba desesperadamente. El frio le recorrió el cuerpo y solo entonces pudo dar una gran bocanada de aire tras escupir apenas un poco de agua, su corazón latía intensamente como si se fuera a salir de su pecho y estaba temblando exageradamente sin control, su ropa mojada y su cabello largo apegado a su cara, lo único tibio eran sus lágrimas que habían dejado una huella en su rostro y le hicieron pensar por un instante que todo había sido cierto.

Desde entonces la pequeña Sekiam se resistió a ir nuevamente a ese sitio, había sido una experiencia demasiado traumática, pero con el tiempo y con algunos años mas se animo a regresar con algo de temor, sentía que el mar la llamaba, que la extrañaba y no importaba donde estuviera, si en su casa o un edificio, al trasladarse en bus o al mirar simplemente por cualquier ventana, el océano siempre estaba a la vista de ella imponente y omnipresente, no podía quitárselo de la cabeza por mas que quisiera evitarlo. Sintió otra vez la brisa fresca revolviendo su largo cabello y sus pies desnudos no tocaban el agua en su ida y venida del oleaje, aquello le recordó esos gratos momentos en que pasaba horas nadando alejándose de todo, entonces oyó una lejana melodía, cerro sus ojos y presto atención a esas notas distinguiendo de donde venían.

La tonada se hizo más clara, era una melodía hermosa y envolvente, no tardó en distinguir al sujeto que tocaba la flauta traversa. Era un hombre de cabellos fucsias hasta el hombro, parecía muy apacible tocando su flauta con los ojos cerrados y una posición cómoda apoyado en una roca. Ella siguió caminando hasta estar justo frente a él, parecía que la música la llevaba hacia este hombre por alguna razón, pero ella jamás lo había visto, siendo la joven tímida no estaba segura de como había llegado tan cerca de ese hombre sin oponer ninguna resistencia. La melodía se detuvo y poco a poco el abrió sus ojos para mirarla detenidamente.

- No importa que tan lejos vaya mi pasado sigue rigiendo mi destino, aun en el rincón mas olvidado este me alcanza y me obliga a cumplir con mi deber prescrito...

- ¿Quien eres? ¿Acaso me conoces?

- No, jamás te había visto, pero aquel que oyera la música se acercaría a mi ya que seria la señal de ser el escogido... el reino del mar te llama desde el momento que naciste, no podrás escapar a tu destino sin importar cuanto te resistas...

- No se de que me habla, será mejor que me vaya...

Sekiam se dio la vuelta, aquello le parecía muy extraño, las palabras del hombre no tenían sentido para ella, aunque la voz de este era muy agradable y serena. El joven se apresuro a volver a tocar su flauta, esta vez la música era mas rápida, mas intensa, llegando a retorcer su cuerpo de un dolor inexplicable, trato de tapar sus oídos pero la tonada iba directamente a su cerebro atormentándola con agudeza.

- No puedes escapar a la técnica de un caballero, no estas preparada para enfrentarme en un combate, solo puedes caer bajo el encanto de mi flauta y sucumbir ante ella sin remedio...

Este hombre tenia un poder inimaginable, Sekiam no sabia que era aquello que le causaba tanto daño sin tocar su cuerpo, el dolor le desesperaba, no podía contenerse, aunque resistió su cuerpo le abandona poco a poco, entonces decidió que no podía dejarse vencer aunque no entendiera lo que sucedía, apretó su puño lo mas fuerte que podía y concentro su fuerza en el, un aura celeste clarísimo le rodeo, pero su cuerpo
cayo inexorablemente en la arena, estaba consiente pero no le respondía ni un musculo y solo en ese momento la música se detuvo.

- Tienes agallas... lo cual es irónico siendo un marino de Poseidón... parece que después de todo si tienes el espíritu que se necesita... no te rindas pequeña sirena, llegaras a ser grande si te lo propones… Maldivas te espera y de ahí en mas el propio reino marino…

La joven cayo en un profundo sueño tras escuchar lejanas esas últimas palabras, al amanecer las recordaba de todas maneras, el hombre había desaparecido, pero ella no lo olvidaría nunca. Desde entonces sus planes fueron llegar a la Isla Maldivas nombrada por ese hombre desconocido que despertó su cosmos sin saber ella cual podría ser el propósito de un poder como ese, solo sabia que debía llegar a esa isla y averiguarlo por si misma.

Pasaron algunos años debía costearse el pasaje y eso le tomo algo de tiempo, aunque no se quedo con los brazos cruzados, en su interior intuía que tenia que volverse mas fuerte así que con su dinero también invirtió en practicar artes marciales. Había cambiado, ya no era una niña, se valía por si misma aunque cierta timidez hacia los desconocidos persistía. Hasta que el día de partir llego, con emoción subió al avión para dirigirse a la paradisiaca isla maldivas, para cualquiera solo un viaje de placer, pero para ella su destino le esperaba y estaba ansiosa de saber lo que le deparaba el futuro.

Un cómodo hotel fue su lugar donde quedarse, solo tendría una semana en ese lugar, era todo lo que podía pagar, si no encontraba allí lo que buscaba todo habría sido en vano. Los días pasaron, dos, tres, cinco, no dejaba de merodear la playa una y otra vez cada día desde temprano hasta tarde solo pausando la vigilancia mientras iba a comer, continuaba su entrenamiento manteniéndose en forma, nadando y corriendo, pero siempre atenta a su alrededor, en el fondo de su corazón quería ver de nuevo a ese hombre de la flauta traversa, quizá él vivía allí y por eso le nombro este lugar, aunque por mas que recorría la isla no había señales de su presencia. El tiempo se le agotaba, al parecer todo había sido en vano, Sekiam estaba profundamente decepcionada, toda su vida había girado hacia este momento para que nada ocurriera.

La tarde del día sexto se rindió sentándose en la playa mientras las olas se movían a su propio ritmo, tan suavemente que casi no producían sonido. Vestía ella su ropa deportiva ajustada al cuerpo, con las zapatillas a un lado dejaba que sus pies se mojasen cada vez que subía la marea. Al siguiente dia tendria que partir, la desepción era evidente en su rostro, no hacia más que suspirar cada tanto en la, a esa hora, solitaria playa.

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¿Un dios? ¿Cómo podría? ¿Por qué debería cumplir con los caprichos de la familia Solo siendo él el heredero a todo el imperio que poseen las compañías de tal prestigioso imperio? Para su buena suerte, estaba de un excelente humor aquella mañana, había atendido todos y cada uno de los asuntos que requerían de opinión y ejecución en cuanto a las órdenes sobre su familia. Conocía a la perfección su pasado y su presente, su familia era elegida para tomar el papel del dios soberano de los siete mares, Poseidon. Este tomaba a un miembro masculino de la familia Solo como cuerpo contenedor de su espíritu y alma. Sin embargo, a pesar de tal consecuencia, Stevan no se complicaba la vida con el dios dentro de sí. Ambos, tanto el dios como el mortal, tenían una buena retribución a la hora de hacer cumplir los ideales del otro, ¿No era curioso ser el socio de un dios olímpico? Pocos lograban entablar tal relación, a tal punto de poder tomar posesión de su cuerpo cuando el dios lo requería sin importar el contexto. Por otro lado teníamos a un joven empresario con una buena manera de hacer negocios, ciertamente la vida de Stevan Solo era buena, no… Inclusive era perfecta si lo veía desde otros ojos. Aquella mañana caminaba pacientemente por los pasillos de la Mansión Solo, ubicada en Grecia, cerca de una gran bahía donde la fauna y flora marina se muestran con magnificencia, dando majestuosidad divina a los aposentos de u mortal, uno que, curiosamente posee el alma del gobernados de los océanos en su interior.

Cada paso se volvía más lento, las vestimentas con las que cargaba en aquel momento eran sencillas, casuales pero formales a la vez. Una camisa larga de un color azul marino abotonada bajo una chaqueta con un curioso contorno de peluche en el contorno del cuello, no podía decir que era la ropa favorita en su armario, pero le parecía lo más adecuado para la ocasión. Un par de zapatos negros, unos pantalones oscuros y para finalizar el conjunto anteojos de color negro. A medida en la que avanzaba por la mansión se percataba de algo, era la extraña sensación de haber olvidado algo sin saber qué era con exactitud, no recordaba bien si se trataba de trabajo o algún otro asunto social. Aquella semana no estaba sumamente ocupado a comparación de otras, ¿La vida de un dios era tan complicada? En parte, todo tiene sus pros y sus contras dentro del mundo mortal y el Olimpo. -¿Qué sucede Stevan?- Preguntó una voz grave y masculina, definitivamente no era su voz, sino la del mismísimo Poseidon. -Nada en particular, solo creo haber olvidado algo, pero no recuerdo de qué estoy hablando en sí… De cualquier forma, debo re-establecer el imperio marino, ¿No es así?- El tono en su voz era confuso, el imperio marino se caracterizó una vez por querer hundir a la tierra en cuarenta noches y cuarenta días con tal de purificar al mundo de la sucia y repulsiva humanidad. En ese entonces Poseidon era una deidad bastante cruel, pero tenía razón en cierto modo. Aunque sus planes se vieron frustrados por los caballeros de Atenea, no sentía razón o impulso alguno para volver en su contra, había asuntos más importantes que atender, y uno de ellos era poblar nuevamente el Imperio Marino. -Harás el trabajo manual, ya he enviado un mensaje para aquellos que estén destinados a portar las escamas de esta época, conocerás poco a poco a tus nuevos marinos, y deberás recibirlos apropiadamente. No puedo permitir que seas blando con ellos, después de todo, ¿Qué sería de Stevan Solo siendo un gobernante con un perfil decadente? No señor… Serías la deshonra de los dioses y perjudicarías mi estado en el Olimpo- Aquella pequeña gran discusión interior provocaba una sonrisa suave en su rostro, no era la clase de persona de la cual un dios podía manipular, las retribuciones seguían presentes dentro del joven rubio. Una vez que salió al enorme patio trasero, uno de sus sirvientes se acercó rápidamente. -¿Desea algo, Joven Amo?- Preguntó en un tono preocupado, no los entendía muy bien, los respetaba a pesar de ser sus siervos, sus empleados, pero había una gran diferencia de edades y por ello debía mantener el respeto fluyendo en la moral humana. -Cancela las citas de hoy, ofrece una cita durante la siguiente semana, tengo asuntos importantes que atender. Y pídele a Alexandra que prepare un poco de comida francesa, llegaré tarde esta noche- Entonces su rostro mostró una sutil sonrisa y una expresión divertida. -A la orden, Joven Amo- Fue así como aquel hombre se retiró del patio trasero entrando a la mansión en menos de veinte segundos.

Suspiró con un poco se pesadez observando como el césped se extendía hasta perderse en una zona arenosa donde comenzaba el océano. Aquel entorno era perfecto para la vida de un dios, y estaba consciente de ello. Siguió caminando observando cómo las olas generaban una corriente tranquila, anunciando la paz y la presencia de uno de los siguientes aspirantes a portar una escama marítima. Cubrió sus ojos con la mano izquierda, emprendió un movimiento lento con su diestra, abriendo la palma de su mano encendió su cosmo energía en poco tiempo, resplandores azulados y celestes aparecían alrededor de su cuerpo; ocasionalmente podían verse pequeños destellos dorados en sus ojos y algunas zonas del ya mencionado físico. Lentamente su cosmos forjó el famoso tridente divino de Poseidon, eso significaba una cosa: entraría al océano y buscaría a su deseado personal. Una vez que el Tridente apareció en su mano reflejando la verdadera postura del dios, su cuerpo tomó una postura firme y comenzó a caminar al océano. Al encontrarse a un centímetro de tocar el agua colocó el tridente sobre la corriente, bastó con tocar la punta para que el tridente y su cuerpo brillaran con esplendor. Sus ojos ahora brillaban con exageración en un tono dorado, era el color natural de sus ojos amplificado ante su cosmos. -Yo; Poseidon, invoco la Apertura Marina Solemne- Murmuró en un tono decidido, en ese pequeño lapso de tiempo una especie de vórtice se formó en el agua, ahora procedería con entrar al océano y encontrar los restos de energía y seguir las coordenadas otorgadas por el espíritu de Poseidon. Aprendió bien de él, no era un dios novato como muchos lo creerían.

Fue así como comenzó la búsqueda de los marinos. No pasó tanto tiempo para que las escamas comunes fuesen portadas sobre el cuerpo del joven rubio, aquella armadura era una especie de sustitución, no tenía el motivo para estar en su reino con una armadura enorme en su estado real. Por ello existía el juego perfecto de una armadura dorada de material superior a las escamas de los generales marinos, por razones obvias al ser el regente del reino. Su cuerpo se movía con rapidez a su voluntad por las corrientes acuáticas, inclusive el pez más rápido del mar se quedaba corto ante la velocidad del dios olímpico. Su tridente era empuñado con fuerza con su diestra, generaba pequeños movimientos circulares para manipular, buscar, y encontrar cualquier especie de esencia restante de los generales. Los siete hombres que protegían los pilares no existían en ese momento, las escamas permanecían en el sustento principal. ¿Cómo es posible que aquellos hombres desaparezcan de la humanidad sin dejar rastro alguno? No podía creerlo y le causaba un poco de desesperación, aún sumergido en un estado de esa clase debía reconstruir su mundo. Aún recordaba las historias que su padre contaba sobre grandes hombres protegiendo cada uno de los siete océanos de la tierra. Desde pequeño era alguien que disfrutaba del mar en todo su esplendor, lo adoraba, lo anhelaba, lo deseaba. Poseidon no era un dios que desperdiciaba su tiempo, capaz de corromper la mente de cualquier inocente sin ser un niño la excepción a la regla aprovechó la situación tomando el cuerpo de Stevan para prevalecer dormido hasta que el mundo lo necesitara.

Ahora con los asuntos caóticos y las distorsiones que a duras penas pueden notadas por un dios del Olimpo, debía encontrar a su ejército lo más rápido posible, de lo contrario el mundo marino se vería amenazado por suficientes enemigos y oponentes formidables, no sería un gran problema enfrentarlos solo, pero bien dicen que la compañía no viene mal en esos casos. Poco a poco lograba sentir la esencia a medida en la que se acercaba a lo que parecía ser Maldivas. Definitivamente sería divertido encontrarse con la primera persona que podría o no servir al rey de los mares.

Y así fue, primeramente el área mostraba una corriente tranquila en los torrentes acuáticos, pero luego de haber llegado a tal lugar su cosmos ascendió hasta elevarlo lentamente a la superficie, generando un vórtice similar al que había utilizado para llegar hasta donde se encontraba en ese preciso momento. Dibujó una sonrisa común al observar el ocaso acompañado de un hermoso escenario en donde el océano reflejaba todo a su alrededor. Más sentía la presencia de alguien detrás de él, y era de mala cortesía darle la espalda a alguien ¿Cierto? Con el Tridente generó un círculo en el agua, aquella zona quedó como una superficie sólida. Giró su cuerpo ciento ochenta grados para poder ver la figura de una bella joven, ciertamente no esperaba que su primer encuentro con alguien aspirando al reino marino fuese mujer, pero no perdía nada evaluando su potencial. -¿Por qué esa cara larga, Señorita?- Preguntó tomando el tridente como un objeto en cual apoyarse, dibujando un gesto amable en su rostro. -Soy Poseidon, dios y soberano de los siete mares, es un placer. ¿En qué puedo ayudarte? O mejor dicho… ¿Por qué deseas con tanto anhelo unirte al océano en cuerpo y alma? ¿Crees tener el potencial para lograr defender lo que te sea encomendado...?- Mantuvo una mirada firme, recuperando la postura. Su figura retomó una posición formidable. Las corrientes seguían su curso sin afectar aquel círculo acuático, una propiedad bastante curiosa en realidad. ¿Qué haría aquella bella joven ante la aparición del dios de los mares?