enero 11, 2010

Elías 10.5

Estoy caminando sin sentido, como un loco, ciego, desesperado, un fantasma cualquiera con cuerpo material. No hay consuelo para mí, ya no hay más.

Soy la oveja que va por el camino de piedras y ha tropezado una vez más. Cansada, herida por todas las caídas, ya no puede continuar y la oscuridad la envuelve, sintiendo el frío que es duro, pero más le duele haber perdido de vista al pastor y por lo tanto el pastor se ha olvidado de ella.

Siempre la pobre oveja se sintió ignorada por el pastor, porque ella eligió el camino de piedras. Y ahora ha caído por última vez, no quiere levantarse más.

– No más… –oigo a Elizar.
– No más… –dice Akeus.

Otro día, ¿para qué? El sol no saldrá más. Nunca más. La única que iluminaba mi camino me dejó, me abandonó, no me amaba, nadie lo hará.

Otro día, ¿para qué? Más dolor, más soledad, mi herida no sanará jamás. Así es mi vida, estar solo.

– Solo –oigo la voz de Joel.
– Sola –aparece la voz de Sekiam.
– Sola –oigo el susurro de Eli.
– Solo –dice abatido Elizar.
– Solo –repito.

Elías 10.4

Luego de un silencio le pregunté:

– ¿Por qué me encuentro solo? Estoy muy triste, Elizar. He vivido solo tanto tiempo, mira, estoy herido de muerte por ello… ¿Me acompañará esta herida hasta el final? ¿O será sanada algún día?
– No lo sé…

Y quedé impactado ante su respuesta. Mi sabio amigo había fallado, pues resulta que no guardaba todas las respuestas. Entonces al mirarlo recordé aquello que tenemos en común.

– Te entiendo. Tú traes la misma herida. Es lo que compartimos. La traemos desde que recordamos nuestra existencia en esta vida. Intentamos ignorarla, pero cada cierto tiempo duele y hoy…
– Hoy nos duele más que nunca…
– Estas como yo, Elizar. Herido, vacío, cabizbajo, añorando el amor. Nuestra interrogante es la misma…
– ¿Esta herida tendrá cura?–dijo desconcertado.
– Cierto, eso es. ¿Qué sientes cuando piensas en eso?
– Me duele más y pierdo la esperanza…
– Yo también, la tristeza me invade y quiero llorar para siempre, dejar la vida y al fin morir…

Entonces, súbitamente, Akeus apareció detrás de nosotros. ¿Acaso había venido al fin por nuestras almas? Elizar continúo a mi lado abatido, no hizo seña alguna de preocupación por la repentina aparición del Ángel de la Muerte. Así que volteé y lo enfrenté.

– ¿Qué haces? ¿has venido por nosotros?
– Veo tu inmensa tristeza por aquella soledad de la que hablas. Tan profundo es tu dolor y tu deseo de morir que me has traído. Espero el momento en que decidas quitarte la vida –respondió de inmediato.
– Quédate, ¿recuerdas? –me dijo Elizar.
– Eso hice y no obtuve nada. Solo más pena, más dolor, más soledad, más fracaso, más y más decepción, angustia y lo peor de todo el desamor.
– Vivimos esperando poder sanar esta herida. Esperando día a día.
– No seremos sanados, Elizar. Con el tiempo solo se hará más profundo. Vamos, renunciemos ahora.
– Volviste a caer. A tocar el fondo donde es oscuro y frío –nos dice Akeus con su semblante indiferente.
– Está oscuro y hace frío en esta maldita ciudad. Todo lo que alguna vez tuve lo perdí.


Elías 10.3

Ahora me toca olvidar una vez más. Estoy solo, otra vez me han dejado. Y reflexiono sobre ello ¿Qué hice mal? Le di todo mi amor ¿Por qué no lo quiso? Le dije te quiero mil veces ¿Por qué me abandonó?

– Porque siempre estará tu corazón roto, porque debes continuar herido, porque siempre estarás solo.
– Déjame Joel, no quiero oírte ahora.
– Y la pena te inunda, te ahogas en la oscuridad de tu tristeza y abandonas el amor que tanto dolor te causa.

Estoy abandonado a mi suerte. Y mi vida nunca cambiará. Mi tormento no se agotará jamás.

Continúo ciego, errante, vacío, esperando sin esperanza que mi tiempo al fin se agote.

Cansado, herido, muerto, vago en la nada sin nada en mi corazón.

Agitado, caigo y me resigno, el destino me golpea con fuerza, solo me queda aguantar hasta el último suspiro.

Me arrastro en el mar de mi infelicidad esperando hallar, mas no hallo, dolido me duermo con los ojos llenos de lágrimas que caen desde siempre y no se acaban. Lloro tristemente mi vacío, mi soledad infinita en el universo.

Me levanto apenas y continúo. La calle se oscurece a mi paso, no veo más que la vereda por donde camino cabizbajo. No hay luz, es eterna noche en la gran ciudad.

Finalmente me siento en la orilla de la vereda solo. Lloro mi soledad y abandono mi esperanza, la dejo caer en el pavimento, ya no puedo más. Entonces veo que alguien la recoge y la pone en mi mano una vez más.

– Ten, no la pierdas. Resiste –lo miro impresionado –. No permitiré que la dejes, tu esperanza, por pequeña que sea, es tuya.
– Elizar, regresaste… amigo.
– Aún tenemos oportunidad, no te desesperes.
– Será un enfrentamiento duro con la cruel realidad, mi querido Elizar.
– Estaré allí, continúa.
– Pero ¿qué sucedió? ¿por qué te fuiste?

Su silencio me congeló la sangre, preferí no insistir.

– Simplemente haz lo que tengas que hacer.
– Tengo mucho miedo, temo que no halla esperanza, temo no poder continuar.
– Haz lo que tengas que hacer. Se levantó de mi lado y se paró en la vereda.
– Deja que esté un momento más aquí, solo un momento –le dije secando mis lágrimas.
– Solo un momento.
– Gracias por estar aquí.
– Continua escribiendo, no dejes de hacerlo, hasta el último suspiro.

Elías 10.2

– Vaya historia, Seki. Me gustan tus historias aunque sean un poco cursis. Ciertamente ese encuentro jamás podría pasar, Johann y Eli pertenecen a diferentes dimensiones y jamás se encontrarán.
– Lo sé, es por eso que ella disfruta de mis historias en las que recreo este encuentro imposible.
– Recuerdo haberlas oído, muchas historias en las que ambos se conocen en la realidad, de mil formas diferentes, bajo variadas circunstancias, todas grandes historias de amor. Quisiera que crearas una de Juliette y yo.
– Mmm... eres un caso difícil, improvisaré un poco…

“Elías estaba sentado en la plaza de la gran ciudad sin salida. Junto a él muchas personas iban y venían, él los ignoraba mientras trataba de encontrar una razón para seguir. De pronto un aroma dulce pasó por su lado, era Juliette, pero él la dejó pasar pues estaba tan envuelto en su miseria que no la vió… "
– ¿Cómo? Vamos Seki, no seas mala.
– Ja, ja, ja ... Bueno, bueno, tendré piedad.

"Elías estaba solo sentado en la plaza de la enorme ciudad, esa ciudad fría de los más altos edificios, esperando por ella, su bella Juliette. Aunque las personas iban y venían él casi no les prestaba atención, todos sus sentidos estaban alerta para reconocer aquel dulce aroma del amor. De pronto frente a él venía en su dirección una hermosa mujer, emocionado se levantó ansioso por el encuentro, pero ella pasó de él encontrándose con otro hombre unos metros atrás de Elías."

– ¿A eso le llamas piedad? Debes darle un final feliz, todo cuento tiene un final feliz –le exigí.
– No me culpes porque tu vida sea una tragedia griega. Tu caso es difícil, Elías, creo que ni aún mi imaginación puede crear un buen final para ti y tu Juliette de ensueño.
– Entonces no te esfuerces. Me resignaré a que la he perdido para siempre.
– Para perder algo primero debes encontrarlo, deberías admitir que lo de esa Juliette y tú nunca fue.
– Pero mi amor por ella arde como mil soles.
– Está bien, que tal algo como...

" Un día Elías decidió dejar de sentirse miserable y abandonar toda esperanza de encontrar una Juliette en su vida, entonces ella apareció. Era un día de lluvia torrencial, empapado el joven seguía su eterno andar y una sombra le seguía, tras darse cuenta de ella se detuvo, pero la sombra continuó como si fuese por una vía distinta sin verlo. La lluvia le empapaba a ella también y parecía tener frío por lo que Elías le alcanzó cobijándola con su abrigo. No había ningún aroma especial en el aire, tampoco era ella una mujer muy bella, pero quizá necesitaba algo de compañia en su miseria y Elías se sintió feliz de prestarle su abrigo y caminar junto a ella hasta que ya no lo necesitase."

– Ese final si me gusta, pero primero tendría que encontrar esa lluvia torrencial.
– La imaginación todo lo puede crear, pero la realidad es lo que es.
– Tú lo tienes fácil en el amor, en tus historias puedes disfrutar de él con intensidad y al terminar vuelves a empezar.
– Pero no es real como el amor que puedes sentir tú, con todo lo malo que puede traer no ser correspondido y llevar esa herida por la vida, lo sientes en la realidad que es la única que existe.
– No me envidies por ello, Seki, que cualquier día cambiaría esta realidad por una historia tuya sin pensármelo.
– El creador es más ingenioso con las historias que yo, soy una simple novata ante las posibilidades de sus historias, te podría sorprender el desenlace.
– Esta espera se ha vuelto una carga demasiado pesada para esta pobre alma. Muchas veces me pregunto cómo será amar y ser correspondido...
– Por ahora sólo podemos imaginarlo y sentirlo al soñar.

Elías 10.1

Y vuelvo a caminar por esta ciudad, vagando sin rumbo, pensando en mil cosas. Mis ojos se nublan y no distingo lo que hay a mi alrededor. Camino cabizbajo en silencio, sin oír, sin oler, respirando suavemente un poco el aire, sin ver, sin sentir pues finalmente mi corazón se volvió de piedra.

Solo una vez más, pero la verdad es que siempre ha sido así, no es algo extraordinario. Y miro sin mirar a los que me rodean pues no veo el brillo que tanto anhelo hallar.

Vago de nuevo entre mil pensamientos inútiles, abrazando a la resignación, tomando de la mano a la desesperanza. Camino ciego intentando aferrarme a algo que valga la pena y no lo encuentro.

Me recuesto en la nada y a mi lado puedo ver a Seki durmiendo con una sonrisa en sus labios.

– ¿Acaso aun sueñas? –le pregunto.
– Yo siempre soñaré, a pesar de todo, pero cuando tu dejes de hacerlo ya no me verás. Aun así seguiré imaginando aunque me ignores y lo abandones todo.
– ¿Y que imaginas? ¿Qué te hace sonreír?
– Imagino una historia que jamás podrá ser real, se trata de una historia más en la que mi protagonista es feliz.
– ¿Quién es el principal en tu historia? –pregunto curioso – ¿Acaso se trata de mí?
– No, en esta ocasión elegí a Eli.
– Cuéntame aquella historia que soñabas –me volteé hacia ella colocando mis manos como almohada baja mi cabeza.
– Esta bién, pero no sé si te agrade, siempre resultan muy cursis mis historias.
– Insisto en conocer esa historia, sin duda una entre miles que relatan el anhelado encuentro.
– Así es, entonces te contaré…

“Iba Eli por un camino de tierra hacia la casa de la abuela en el campo, apenas con un bolso pequeño en su espalda. Iría allí a pasar las vacaciones pues como sabrás a ella le encanta los paisajes boscosos, el aire fresco y caminar entre árboles. Era tarde, pero sin prisa caminaba por el sendero cuando oyó detrás de ella un caballo que se acercaba. Un gallardo joven venía por el mismo camino, vestido completamente de negro con un sombrero y un pañuelo que le cubría la boca. Cabalgaba despacio en su negro caballo con la cabeza agachada. Entonces Eli se detuvo al verlo, logró reconocerlo en seguida y le dijo:
– Johann... ¿Eres tú? –incrédula de lo que sus ojos veían.

Su felicidad era completa en ese momento, el destino finalmente se apiadaba de ella y traía a su encuentro el alma que siempre había esperado hallar. Entonces él levantó su cabeza y la miró con sus bellos ojos verdes clarísimos.
– Sube…–dijo párcamente y ella subió al caballo ágilmente detrás de él sin pensárselo un momento, le conocía de sus sueños y lo abrazó con fuerza como asegurándose que era real.

Johann la llevó a su casa no muy lejos de allí. Era una casona de aspecto sombrío resguardada por cercas de pesado acero entrecruzadas por todo el perímetro. Luego de entrar se sentaron en la fastuosa sala cerca de la chimenea.
– ¿Acaso me conoces? –le preguntó él al fin mientras acomodaba la madera para encender el fuego.
– Te vi muchas veces en mis sueños, esperaba encontrarte algún día, aunque creí que nunca podría.
– Entonces no sabes nada de mí, ni lo que cuenta la gente de éste lugar o sobre mí, de otra forma habrías huido como los demás.
– Así es, no se nada de ti, solo que si lograba verte en la realidad iría contigo a donde me lo pidieras.
– Te sorprenderías si hubieses escuchado los rumores, me temerías y no habrías venido hasta aquí.
– ¿Porqué lo dices? ¿Qué es lo que dicen de ti?
– Dicen que tengo mas de 100 años, un pacto con el diablo me mantiene joven y demonios cuidan mi hacienda.
– Pero, eso no es cierto ¿verdad?
– Yo diría que en parte… Sucede que es una forma para que las personas se alejen de estas tierras. Uno de mis antepasados creo el mito y pasa de generación en generación –encendió la chimenea y tomó asiento junto a ella en el mullido sofá.
– ¿Y cómo lo hacen? ¿Acaso nadie nota que son diferentes personas las que viven aquí?–se sentía curiosa por saber más.
– Siempre el primogénito es la copia fiel del padre, así ha sido por mucho tiempo, tanto tiempo que se perdió desde cuando ha sucedido, solo sé que continuará… tú has venido para que continúe.
– ¿Yo? –y su rostro de sonrojó ante el significado de esas palabras.
– Las personas aquí ven un joven vestido de negro en un caballo que va y vine por el camino en busca de provisiones para su hacienda, nadie la trabaja ni protege, vive solo en una enorme casa y no hay persona en su sano juicio que intente acercarse a él o su hacienda.
– ¿Qué sucedió con tu familia?
– Se fueron, me dejaron a cargo y he estado solo desde entonces, pero mi padre me dijo que esto sucedería un día… No creí que se haría realidad.

Entonces él tomó la mano de ella y mirándola a los ojos le preguntó con un tono dulce:
– ¿Te quedarías conmigo? Yo también esperaba conocerte.
– Claro que sí, me quedaré contigo –y lo abrazó como si le conociese de toda la vida.
– ¿En verdad dejarías todo por un extraño? –estaba gratamente sorprendido.
– No eres un extraño, te conozco desde hace tanto tiempo, solo faltaba poder verte en la realidad, frente a mí y que tomaras mi mano como lo hiciste hace un momento –le sonrió con el rostro lleno de felicidad y luego sintió sus labios sobre los suyos como en aquel sueño, pero esta vez era real.”